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Cómo un territorio que es un tercio de Mallorca puede ser hogar del mayor número de billonarios del planeta, tener el cuarto mercado bursátil más ... importante del mundo y doble cantidad de rascacielos que Manhattan? ¿Y qué hace de ese lugar uno de los territorios más prósperos del globo? La clave reside en su nombre: Hong Kong (HK) es la pronunciación cantonesa de los caracteres chinos 'XiangGang', el Puerto Perfumado. Su puerto explica la historia de este lugar semitropical (una península rodeada de un archipiélago con dos islas mayores y cientos de islotes), donde los rascacielos se alzan a escasos metros de una jungla en la que habitan monos, pegado a la costa del sur de China que, durante siglos, fue poco más que un refugio de pescadores y piratas chinos hasta que un buen día (o un mal día, según se mire) detuvo la mirada en su bahía la mayor narcotraficante de la Historia: su majestad, la reina Victoria de Inglaterra.
Corría el año 1829, el imperio británico campaba por sus respetos en buena parte del orbe y el creciente déficit que sufría la todopoderosa balanza comercial imperial británica con China irritaba a los flemáticos lores, muy aficionados al té, la seda y las porcelanas chinas. Todos aquellos artículos había de pagarlos el imperio anglosajón con plata y, para contrarrestar el poco interés de los chinos por las mercancías británicas, la Gran Bretaña optó por introducir opio ilegalmente en China hasta convertir a una cuarta parte de su población masculina en drogadicta. La decisión del emperador chino DaoGuang de poner coto a aquel problema de salud pública nacional derivó en las, así llamadas, 'guerras del Opio'. El tratado que, en 1898, puso fin a las contiendas concedió a los británicos la isla de HK y Kowloon a perpetuidad, mientras que el resto de territorios continentales aledaños les fueron arrendados durante 99 años. Así, HK se convirtió en el centro de distribución global de la droga narcótica y, sus habitantes, pasaron a ser chinos de primera (frente a sus vecinos continentales), pero miembros de segunda de un imperio que nunca les concedió soberanía independiente ni derecho a voto.
HK fue territorio británico durante algo más de 150 años y, en el año 1997 (tal y como se había acordado), se transfirió pacíficamente su soberanía a la República Popular de China. Hoy, casi 30 años después, HK sigue encabezando las listas de economías más abiertas y liberales del mundo, su población es líder mundial en esperanza de vida, tienen moneda propia, pasaporte, independencia legislativa judicial, económica y fiscal total, un modelo político, social y administrativo propio y muchas prerrogativas que la RPC le ha concedido, a mayores, con las que el Reino Unido nunca llegó a privilegiar a su colonia. Al calor de la próspera HK (literalmente, al otro lado de un río), la RPC puso en marcha su primer 'experimento' de economía de mercado: Shenzhen, un verdadero milagro económico que no hubiese podido darse sin esa puerta al capitalismo que es HK. En la última década, sin embargo, HK ha ido perdiendo su marcado carácter británico de antaño y se ha ido achinando a marchas forzadas. La sombra de Pekín es muy alargada y el tic-tac del reloj que marca la cuenta atrás hasta la incorporación de pleno derecho en la RPC y el fin de sus privilegios, autonomía e idiosincrasia locales cada vez se palpa más en el ambiente.
Las revueltas callejeras que han acaparado portadas en telediarios y periódicos de todo el mundo en los últimos años han venido a poner de relieve que el arreglo actual existente -conocido como 'un país, dos sistemas'- no está falto de fricciones: por increíble que parezca, aún hoy HK no tiene firmado un acuerdo de extradición con la RPC, a la que pertenece de pleno derecho. A primera vista, no es fácil entenderlo: este sistema dual explica que el nombre oficial de HK sea el de 'Región Administrativa Especial de HongKong en la República Popular de China'. De facto, ampara el estilo de vida y el régimen económico de HK hasta el año 2047, en que el territorio se integrará netamente en la RPC, como una provincia más.
Dicen en mi pueblo que «no se puede soplar y sorber» y eso es lo que el empresariado hongkonita -una de las castas empresariales más trabajadoras, ambiciosas, competitivas y astutas del mundo- lleva haciendo desde los años 80: beneficiarse de un acceso privilegiado al mercado de consumo de mayor crecimiento del mundo -su vecina China continental, a la que pertenece- sin perder un ápice de influencia sobre su propio territorio. Los días de esa paradoja con forma de isla que es Hong Kong se agotan y la excepcionalidad de ese puente entre dos mundos no está garantizada en el largo plazo. Pase lo que pase, los piratas, antes y después del 2047, seguirán allí emboscados. En el Puerto Perfumado.
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