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El legislador, con su parental prudencia, instauró una jornada de reflexión antes de la de votación. Quizá no se percató entonces de cierta ambigüedad en esta profiláctica disposición. Por un lado, implica que podemos, como un buen jurado que en días anteriores ha escuchado ... acusaciones y apologías de las partes, hallar, reunidos con nosotros mismos, el veredicto adecuado a la necesidad del país. Por otro lado, implica también que se nos debe dejar un tiempo de silencio, porque en el ruido de los mensajes cruzados no seríamos capaces de orientarnos. En el primer caso, el legislador presumió en nosotros un discernimiento casi profesional; en el segundo, un aturullamiento casi incurable.
Reflexiono, pues, obedeciendo a esta quietud por decreto. Primero, la 'narratio', que diría Cicerón. En 2015 no se pudo formar Gobierno: a Pablo Iglesias no le gustó el acuerdo entre Pedro Sánchez y Albert Rivera. En 2016 sí fue posible: el PSOE defenestró a Sánchez y nombró una gestora que se abstuvo en favor del partido más votado, el PP. Sin embargo, Sánchez ganó después la batalla interna porque las bases socialistas no tenían tanta altura como la gestora: las bases tienden a ser siempre muy básicas en todos los partidos. Ese nuevo liderazgo aprovechó en 2018 que el Pisuerga judicial pasaba por la Carrera de San Jerónimo, para articular la primera moción de censura exitosa de nuestra democracia. Los nacionalistas e Iglesias auparon a Sánchez esperando grandes cosas; este, por su parte, había prometido unas elecciones inmediatas, lo que no cumplió. Así la mayoría de censura nunca llegó a ser mayoría de Gobierno. No se podían aprobar leyes, y menos la de Presupuestos. Una cosa es quitar al que gobierna y otra, gobernar. Por eso fuimos a las urnas anticipadamente en abril pasado. Tampoco desde entonces se ha podido gobernar con la fórmula del doctor Frankenstein, por más rayos que caigan sobre el laboratorio. A la derecha tampoco fructificó la mayoría absoluta PSOE-Ciudadanos, aritméticamente factible, políticamente interesante: Sánchez nunca la buscó con sinceridad, Rivera siempre sinceramente la rehusó. Dos no ligan si ninguno quiere.
Y aquí estamos, reflexionando de nuevo sobre lo que hicimos mal desde 2015, y dudando de si sabremos hacerlo mejor esta vez. Confieso que lo dudo. Me parece que la decisión de voto se parece mucho a las compras. Una parte son de piñón fijo y el resto, compulsivas: o nos seduce una novedad o el precio nos desarma. Las elecciones son algo similar. Unos sectores compran siempre el mismo jabón. Otros se lanzan al nuevo superjabón que cambiará sus vidas y dejará el país reluciente y sedoso. Y un último grupo simplemente ve el voto en precio: le van a subir el IPC, o el sueldo, o le harán una obra estupenda, o le van a subvencionar de mil maneras. Estos electores saben que existe una elevadísima probabilidad de incumplimiento, pero votan 'por si acaso…'. Es una improbabilidad con precio de saldo, como aquel que anunciaba por la calle «¡A peseta! ¡A peseta!», y cuando le preguntaban por lo que vendía, contestaba: «Nada, pero ¿a que es muy barato?».
La misión del calor de la reflexión era disipar la niebla de la duda, pero cuanto más reflexiono, más densa es la niebla. Y cuantas más encuestas repaso, más de noche se hace. Sufriendo un enorme problema en la deslealtad institucional del nacionalismo catalán, la voluntad colectiva va a colocar precisamente en sus manos las llaves de la legislatura. Naturalmente, el 90% del electorado no lo desea, pero al mismo tiempo es incapaz de modificar su comportamiento para evitarlo. Es como el que, sabiendo que va hacia un atasco, se niega a cambiar de ruta. «¡Que cambie el vecino!», dice. El vecino casualmente es de la misma opinión, y acaban todos en el colapso.
Jabón de siempre, jabón de moda, jabón de oferta. Es lo que hay. Pero se trata de la nación, no de la lavadora. Y se trata de nuestra región. ¿Alguien puede pensar en el dinero de Valdecilla o de las carreteras o ferrocarriles en una España de crecimiento mínimo, desajustes fiscales enormes (la propia Cantabria va a incumplir de largo su objetivo de déficit este año y nos vamos a comer otros 100 millones más de deuda) y una Seguridad Social que no podrá aguantar el nuevo mundo de las jubilaciones altas sostenidas con empleos bajos? ¿Es pensable ninguna inversión significativa en nuestra tierra cuando el presupuesto nacional depende, como este año dependió, de unos sujetos cuyo 'modus vivendi', y no solo 'operandi', es la agitación de una región que reúne casi el 20% del PIB de España?
Más de la mitad de los 36.000 parados cántabros de octubre tienen más de 44 años. Por primera vez en mucho tiempo el sector servicios, el mayor de nuestra economía, no ha rebajado el paro de octubre a octubre; y lo mismo está sucediendo en la industria. Con las rebanadas que se están cortando aceleradamente de todas las previsiones económicas públicas y privadas, nos encaminamos a un tiempo de dificultades. Las discusiones sobre el timonel óptimo, que parecían entretenidas con buen tiempo y vientos de popa, no serán tan razonables con la mar gruesa y riesgos de zozobra. Alguno puede acabar en los tiburones.
He aquí, pues, el desenlace de la reflexión. Va el proverbial maño por la vía férrea a lomos de su burro. El maquinista lo advierte y lanza reiterados avisos, a los que el jinete responde: «Chufla, chufla, que como no te apartes tú…». Valió para la película 'Nobleza baturra', de Florián Rey, en 1935. La prueba del algodón será que deje de representarnos algún día, esperemos que no lejano. Así que definitivamente la verdadera jornada de reflexión es la del lunes. El tema ya se sabe y es la gloriosa frase del estadista ruso Viktor Chernomirdin: «Teníamos que hacerlo como nunca, pero nos salió como siempre».
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