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La Contabilidad Regional de España del INE correspondiente a 2021 trajo una pequeña y momentánea buena noticia: el turismo y la resistencia industrial del primer semestre nos hicieron crecer una décima sobre la media nacional; y otra grave notificación: que, en cambio, la evolución del ... PIB por habitante fue peor que la española. Recordemos que el PIB per cápita es el valor de los bienes y servicios producidos, dividido entre la cifra de población. No estamos a la altura en el promedio de generación de valor económico.
Esto, por desgracia, no es este siglo una total sorpresa. Si tomamos el nivel de España en el año 2000 como un índice 100, tenemos que Cantabria ha pasado de 93,5 a 93,1. Al cabo de veinte años no solo no hemos progresado, sino que incluso hemos caído un poco por debajo. Y no es así como se ha comportado nuestro entorno. Castilla y León ha pasado de 90,6 a 95,8, con un crecimiento superior a cinco puntos y nos ha dejado mirándole el sillín de la bicicleta. Los asturianos, a su vez, han pasado de 84 a 91,1 y así han dado un buen salto en su convergencia. Finalmente, el País Vasco ha llevado su índice de 122,6 a 129,1 aunque ya estando tan arriba no era fácil seguir despegándose.
En conclusión, somos la excepción en nuestro entorno y nos encontramos en una posición relativa peor que al comenzar el siglo XXI. Esto solo puede ser el efecto acumulado de malas decisiones, o inconstantes buenas decisiones, o ausencia de decisiones en absoluto, por parte de las élites políticas de Cantabria. Los que han gobernado más, lógicamente, tienen más obligación de reflexionar. Pues un periodo tan amplio como veinte años ya no permite hablar de esta o aquella recesión, pandemia o mal año. No es mala suerte. Somos un agujero de PIB por habitante en nuestro entorno de regiones vecinas, y eso sencillamente señala un menor acierto de la política de desarrollo regional. Por mucho que nos obnubilemos con veranos de turismo fantástico o periodos de resiliencia de nuestras industrias, no estamos dando con la tecla, y la evolución de los de oriente, occidente y meseta nos interpela. ¿Qué se supone que estamos haciendo?
Lo primero que se puede observar es que no hay mayor conciencia de esta circunstancia porque nos hemos convertido en una economía regional dopada. Nuestra posición en renta es bastante mejor que en PIB por habitante. La razón es clara: si tenemos más ingresos que el valor de lo que producimos, es porque recibimos transferencias desde el exterior de nuestra economía, fundamentalmente a través de dos mecanismos: el estado del bienestar, sobre todo las 130.000 pensiones de uno u otro tipo; y el estado autonómico, cuyo actual modelo de financiación nos prima y cubre el gasto de unos 40.000 empleados directos e indirectos. No es la economía cántabra la que puede asumir todas las jubilaciones y los funcionarios o asimilados, sino que lo hacen los mecanismos de cohesión española. Básicamente, el ingreso nos lo completan otros españoles. En la actual situación, si fuéramos capaces de captar fondos europeos extra, también se convertirían en una tercera pata de importación de financiación. En cualquier caso, ese doping compensatorio hace que no se perciba con claridad que Cantabria tiene un problema muy serio, más que sus vecinos, de atasco en el modelo de desarrollo económico.
Dicho esto, existen cuatro tipos de causas que vienen influyendo probablemente en perjuicio de Cantabria. El primero es la irregularidad de las inversiones del Estado, sobre todo en comunicaciones viarias y ferroviarias (en bastante menor medida, portuarias). Eso descualifica constantemente nuestro espacio productivo. El segundo es el retraso y la falta de constancia en las inversiones transformadoras o innovadoras propias, regionales. Trátese de acciones culturales, suelos para empresas, estrategias energéticas y científicas o equipamientos sanitarios, los ritmos son desesperantes cuando se avanza, lo que no siempre está garantizado. El tercero es que no se ha querido implantar una administración amiga de los emprendedores. Incluso un centro regional de emprendimiento que se edificaba en Torrelavega con financiación de Bruselas se fulminó para ser sustituido por la nada más sideral. Algunas legislaturas acaban pareciendo el Día de la Marmota, siempre dando vueltas a lo mismo. Y un cuarto tipo de causa obstaculizadora es la carencia de cooperación eficaz con otras autonomías. Veinte años después, la valoración es ineludible: «que no». ¿Traerá 2023 otro ritmo de desarrollo? Ojalá, pero un «ojalá» ¿no parece ya insuficiente?
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