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Vosotros, ¿qué creéis que debo hacer para ganar?». Merín y Vicente Ballesteros se miraron. No era habitual que Seve pidiera consejo. Ni siquiera solía hablar mucho en momentos como ese. Estaban en el hotel, a punto de salir hacia el campo, mediaban los años ochenta, ... se jugaba el Sanyo Open en El Prat de Barcelona y Seve encaraba la última jornada como el cuarto clasificado de un torneo que lideraba un sólido José María Cañizares. ¿Qué decirle al mejor jugador del mundo si en esas circunstancias era maestro de sí mismo? El desconcierto solo duró un instante. Merín, su mano derecha y hermano mayor, y Vicente, el más cercano a Seve en edad, se miraron de nuevo y fue este último quien encontró una solución tan simple como de imposible cumplimiento: «Mira, Seve, lo que nos preguntas tiene una respuesta muy sencilla. Sal al campo y no falles ningún golpe». Seve no dijo nada. Llegó a la casa club, se encaminó al 'tee' del uno vestido, como siempre, con camisa blanca, jersey y pantalón azul marino, inició el recorrido con un poderoso 'drive', no falló ningún golpe y se llevó el torneo.
Hoy, 7 de mayo, se cumple una década del fallecimiento de Severiano Ballesteros Sota, el hombre que lo fue todo en el deporte, pero la vida le golpeó duramente y la muerte se lo llevó con solo 54 años. Fue elegido el mejor jugador europeo del siglo XX, ganó cinco torneos del Grand Slam -tres British Open y dos Master de Augusta-, fue cinco veces campeón del mundo 'match play', dos más vencedor de la Copa del Mundo representando a España, logró cinco Ryder Cup y cerca de un centenar de triunfos internacionales. Está presente en el Salón de la Fama, obtuvo el premio Príncipe de Asturias y un doctorado honoris causa por la Universidad de St. Andrews, entre otras distinciones, pero importa sobre todo su aportación decisiva a la popularización del golf en España, hasta el punto de que dejó de pertenecer a una reducida élite para convertirse en un deporte de masas.
Si Jack Nickalus dijo de Seve que «su impacto en el mundo del golf es inconmensurable», Gary Player afirmó que «su lugar entre los mejores de todos los tiempos está asegurado», para Tiger Woods «es el jugador más creativo que he visto» y, según Nick Faldo, «Europa tiene con él una deuda permanente», quizá la definición más exacta la dio su hermano Baldomero con absoluto conocimiento de causa, porque le acompañó por los campos del mundo: «Seve fraguó una leyenda difícil de superar. Aportó al golf ingenio, carisma, profesionalidad, determinación y, lo mejor de todo, ofreció a sus incondicionales un espectáculo pleno de pasión para satisfacción suya y de sus seguidores».
Porque eso era Ballesteros: fuego, empuje, carácter y fuerza, un verso libre superdotado, de golpes imprevisibles por inventados, que cambió de arriba abajo un deporte del que el pueblo quedaba excluido, salvo para cargar con la bolsa del señorito. Hoy es uno de los más practicados de España, un hecho que en Cantabria se concreta en la construcción de campos de golf que no existían antes de su llegada. Seve fue un jugador diferente y arriesgado, demasiado a veces, que arrastraba multitudes con independencia de cómo se encontrara clasificado. Abrió fronteras por las que entraron el resto de jugadores españoles y europeos quienes, por su mediación, se enfrentaron de igual a igual al potente ejército estadounidense y lo ganaron. Su carisma persiste hoy, diez años después, y fue tanta y tan importante su contribución, que el mundo del golf le recuerda, una productora relacionada con Amazon Prime se ha desplazado a Cantabria para entrevistar a sus hermanos y su sobrino y representante Iván Ballesteros, y aparecen también en el reportaje los más destacados jugadores pasados y actuales; la Ryder Cup le rinde homenaje permanente y José María Olazábal, su eterna pareja de baile en los más brillantes triunfos colectivos, aviva constantemente la llama de su memoria.
Hace años, en Pedreña, jugaba Seve un golpe de fantasía, y allí estábamos don Baldomero y yo, protegidos de la fina lluvia por un paraguas de grandes dimensiones que alguien nos prestó, porque yo no lo tenía y el padre de los Ballesteros tampoco cuando quiso que siguiera con él una parte de la exhibición de los cuatro hermanos -Merín, Manolo, Vicente y Seve, de mayor a menor- organizada en exclusiva para la televisión japonesa. El recuerdo se materializa en una foto de Manolo Bustamante que miro de cuando en cuando, junto a esas otras en las que Seve, en el papel de profesor paciente, trata de que empuñe el palo de golf de la forma más adecuada posible. Fue allí, tras concluir la pachanguita, cuando me confesó que los torneos se ganan antes de jugarlos, porque solo quien se cree campeón puede llegar a serlo. Su presentación gestual era intimidatoria: mirada alta y desafiante, vista al frente, los pies firmes en el suelo, temple, voluntad y audacia. Pero, de la misma forma, presentía el momento en el que las cosas no iban a salir bien. Un ejemplo de esa intuición se produjo en un mundial 'match play' disputado en el Wentworth Club de Surrey, al sudeste de Inglaterra. Seve lanzaba bolas en el campo de prácticas, cuando Merín, que le hacía de 'caddie', le advirtió: «Está entrenando otro jugador. No tires hacia el centro sino hacia uno de los lados». «No te preocupes ni tengas prisa -fue la respuesta- porque el partido de hoy está perdido». Así fue. El enfrentamiento directo lo ganó el australiano Rodger Davis.
En contra de lo que se cree, no fue una conocida periodista la primera novia de Ballesteros. Antes tonteó, en el argot de la época, con Gloria, la hija de una enfermera del doctor Caicedo, un sofrólogo -la sofrología es una especialidad que incluye técnicas de relajación- en el que tenía una confianza tan absoluta que, en sus últimas horas, pidió que le fueran enviadas unas cintas grabadas, aunque ya no le hicieron efecto. Eran aquellos días anímicamente afortunados, porque todas las victorias y reconocimientos que tuvo Seve Ballesteros en su extensa carrera no tuvieron correspondencia en su vida privada. Seve fue feliz haciendo lo que más le gustaba, pero ese éxito no le acompañó fuera de los campos de golf, primero por un matrimonio roto y, más tarde, por el cáncer que le llevó a la tumba, después de cuatro operaciones, unos años durísimos de rehabilitación soportados con la entereza y el coraje que lo elevó a las más altas cimas del deporte, y un cambio íntimo que le hizo enfrentarse con serenidad a la muerte. No es extraño que, junto al Racing y el fútbol, el ciclismo y la caza, fuera el boxeo uno de sus deportes favoritos, ya que, según decía, «exige destreza, buena condición física y capacidad para resistir los golpes que te dan. Es un deporte duro que no admite queja».
Seve falleció en la madrugada del siete de mayo de 2011. Una llamada, justo a esa hora, me dio la noticia del adiós. Habíamos conversado largamente en su casa un tiempo antes, lo que se tradujo en la publicación de una entrevista de varias páginas en la que repasó su vida y desnudó su alma. Durante sus 72 días de estancia en el hospital La Paz de Madrid se había dirigido a los cántabros a través de una carta en El Diario Montañés. Diez años después, tal es su legado, continúa vivo en el recuerdo del único deporte practicado fuera de nuestro planeta: el astronauta Allan Shepard jugó en 1971 un golpe en la Luna con un palo adaptado. Todavía veo a Seve, sentado frente a mí, en el amplio salón de Pedreña, solos los dos, rodeados de premios y trofeos, mientras el fotógrafo Celedonio Martínez hacía su trabajo. Comprobé, asombrado, que estaba asistiendo al nacimiento de otro Seve; igual, sí, pero distinto al tiempo, del que había conocido desde sus inicios profesionales, cuando doña Carmen, su madre, me transmitía su afecto, y su padre, don Baldomero, ni siquiera intentaba disimular que Seve era su ojito derecho. Seve me contaba que la enfermedad le había hecho replantearse sus prioridades, entendiendo la importancia de decir «te quiero» y la necesidad de ser y sentirse mejor persona.
De Severiano Ballesteros se han escrito miles de artículos y se han rodado una película y numerosos documentales, pero si algún aficionado desea conocer profundamente al genio de Pedreña existen dos libros de lectura imprescindible. Uno de ellos. 'Seve Ballesteros. Autobiografía', es obra del propio Seve, y a lo largo de 412 páginas repasa su trayectoria, con pocas concesiones, desde sus comienzos hasta su retirada. En un capítulo muy curioso nombra, uno por uno, a los que consideraba sus amigos. El otro, 'Querido Seve', del que tomo prestado el título para este artículo, es relativamente reciente, lo ha escrito su hermano Baldomero, quien mejor lo conoció, descubre en sus textos al Seve persona por encima del Seve personaje y se refiere a asuntos de los que nunca se había hablado: su soledad y las polémicas que le marcaron. Un documento en el que conmueve la confesión de Seve sobre su vida privada: «Me equivoqué en todo, Merín, me equivoqué en todo».
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