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Ni sesudos centros de estudios sociológicos, con sus avezados expertos, disponen de tan valiosa información sobre los movimientos y las opiniones de los ciudadanos, como ... los quiosqueros. A ellos, la vida les ha dado la posibilidad de tener una de las profesiones idóneas para que, desde cualquier esquina de una calle, conocer poliédricamente a los vecinos y sus pareceres.
Asomados a su ventanuco estos encallecidos y avezados observadores se apostan –instalados en un cubículo con fuerte olor a papel prensa– como dueños que son de un privilegiado espacio democrático, plural y diverso, tanto, como los son las propias mercancías en venta: desde el arcaico Calendario Zaragozano hasta las publicaciones más avanzadas e influyentes.
La asiduidad y la cercanía del comprador con el vendedor lleva a forjar un especial vínculo de confianza, hasta el punto de entregarle las llaves de su casa para que les deje la prensa. Cumplen una inadvertida función de permanente servicio público a su barrio 362 días al año, sin más tiempo de descanso –sólo tres días– concedido por la Ley de Prensa que el siglo pasado dictaminó que en Navidad, Año Nuevo y Sábado Santo, los periodistas podrían descansar. Pero como en todos los oficios se van perdiendo nombres propios. Dentro de unas semanas Alfredo García, 'Tuky', cerrará su quiosco de prensa y así acabará una época.
Es, pues, buen momento para el recuerdo de los pretéritos. Antes de que se impusiese la actual red moderna de lugares de venta múltiple, los protagonistas en solitario eran los quiosqueros y los 'periodiqueros', que eran quienes llevaban a domicilio 'el papel'. Muela fue uno de ellos. Era de Barreda. Tenían un bigotón y le faltaban dedos de una mano. Ayudado por su hija, llevaba la prensa a las casas subido en una bicicleta. Portaba los periódicos dentro un cartón, como si fueran las pastas de un libro, que sujetaba con una correa muy ancha que colgaba del cuello. Uno de los más populares quioscos fue el del Bulevar Demetrio Herrero, propiedad de Paulino Canales, que atendía Eloy Ruiz Pontanilla. Curro, en la entrada a Sierrapando, era uno de los más conocidos 'periodiqueros', siempre recorriendo su distrito con su carro de latón, repartiendo a domicilio. Había otro quiosco muy frecuentado en un portal, en la calle Consolación, entre el antiguo Bar Poker (hoy La Vetusta) y la Ferretería de Belarmino Díaz (actualmente Flaty). En la estación del Cantábrico estaba el quiosco regentado por Lines por lo que era el primero que recogía la prensa que llegaba a la ciudad y Chuchi –discapacitado– plantado en la Avenida España frente al extinto Sanatorio El Carmen. Todos ya han desaparecido pero forman parte del recuerdo. Junto a ellos quiosqueros como Miguel Mantecón o Daniel ponen nombres propios a una parte, y no pequeña en importancia, de la prensa local.
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Ana del Castillo
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