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Leí con gran interés la mención de Alfonso Ussía a un artículo sentido de Ramón Pérez Maura sobre la muerte de seres queridos a nuestro alrededor. Los amigos que se van creando un «vacío súbito impertinente», como oí decir en un tanatorio quitándole hierro a ... una situación difícil de comprender.
Uno mismo, por oficio, debería de tener resortes para encajar el trago que nunca son suficientes en el duelo. Quizá el cariño del ausente y tratar de recordar los mejores momentos compartidos suponga algo de alivio, a lo que habría que añadir cierta 'correa', que nunca nos es dada en cantidad suficiente. Ellos, tal y como se pudo interpretar en sus columnas, también demostraron tenerla escasa afortunadamente y tampoco pudieron con el dolor incontenible. En un momento dado, los sentimientos buscaron su garganta con el recuerdo y ¡zas! encontraron la pluma para expresarlo. Me pareció fantástico y desde luego sincero que dos figuras del periodismo lo sacaran fuera a corazón abierto.
Ya está bien de tragarse sentimientos en aras del buen comportamiento. Sacarlo al exterior como ellos hicieron, puede mitigar a veces el pinchazo y ayudar a las personas más susceptibles que descontrolan su camino al no soportar la losa (nunca mejor dicho) de la pérdida de un ser querido; es la «comedia de los recuerdos», como lo definía Tennessee Williams en su primera obra antes de alcanzar la fama que lleva tal título refiriéndose a la vida con sus sueños y sus fracasos alternándose donde nos colocaba a trompicones, en la realidad más dura.
Ussía y Pérez-Maura lograron esos artículos tan oportunos además sin filosofar, lo que es muy de agradecer. La filosofía no sirve para la ocasión porque tiene siempre tres cuentas por pagar: la del conocimiento, la de la verdad y la del sentido y ellos en ningún momento cayeron en ese error ni en del sentimentalismo. Una lección en pocas líneas de periódico.
Aunque tengo algo que preguntarles sin esperar respuesta: ¿cómo hacen con los números de teléfono de los amigos o familiares desaparecidos en el móvil continuamente viendo pasar los 609... de los que ya sabemos ausentes?, ¿cómo hacen al tropezarse con el número del que se fue?, ¿borrarlo con nudo en la garganta?, ¿conservarlo y enfrentarse a diario con el recuerdo? Cualquier solución sería respetable y no voy a descubrir la mía que pertenece al área intocable de la intimidad.
Diría, quitándole hierro de nuevo, como Sánchez cuando le preguntan sobre el reparto de los fondos europeos, los viajes del Falcom, el destino del trabajo de su mujer o los amigos que invita a Canarias, «que entran en el circuito de lo privado no transparente», eso si contestan.
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