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Tiempos duros en la escuela que viajó del idealismo a la adaptación para acabar en albergue; hoy recuerda a una guardería aparca-criaturas hasta que el mercado laboral venga por lo suyo. Entretanto, asoman en el horizonte efectos indeseados de una sociedad que se lava ... las manos esperando milagros que la escuela no puede conseguir, impotente para cuestionar la dinámica causante: su tarea se limita a combatir el cáncer social con aspirinas, tiritas y cálidos besos.
La teoría, base del saber, despreciada y depreciada, el educativo 'no', claro, rotundo, están de más; someter a crítica la tecnología suena a restricción intolerable; el castigo, benéfico y reparador, se considera injusto y el esfuerzo, una práctica masoquista… Lo que facilita tener como referentes tipos simples del submundo virtual, frente a la tediosa sabiduría, y que lleguen al aula-jaula agotados y somnolientos, tras horas de aislamiento real y realidad virtual, dosis de móvil en vena, cabeza inflada a vídeos –también porno–, tardes de sofá y videojuegos, noches de cama insomne y barra libre; goce, felicidad porcina frente a deberes inhumanos que cercenan su libertad.
Con semejante mochila a la espalda, una vida rendida antes de iniciarla, sin proyecto ni horizonte, sin hábito ni horario, sin diálogo ni compañía, van a clase a oír lo que resulta ajeno y absurdo en su vida diaria, tras sepultar el mundo virtual al mundo real. Todo cambia cuando, roto el juguete, agobiado, ahogado en su pequeño mundo, explota la trágica noticia; entonces la angustia general pide respuestas eficaces y rápidas, besos, abrazos, pedagogía happy, felicidad a raudales-caudales y una guía con su brújula para conducirles al País de Nunca Jamás mediante técnicas de autoayuda seudo filosófica, a fin de lograr en dos días lo que la humanidad lleva siglos peleando.
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