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La pandemia del coronavirus es seguramente ya la mayor tragedia humanitaria global. Y con efectos sanitarios, económicos y sociales. En estos momentos en que ... estamos pendientes de los rebrotes se reclaman rastreadores que busquen entre los contactos de los enfermos a posibles contagiados para tratar de evitar que los contagios se multipliquen a velocidades imprevisibles.
En la situación de pandemia que estamos viviendo, nos preguntamos: ¿Contribuye esta nueva situación a cambiar realmente nuestros hábitos de vida? ¿Genera una mayor espiritualidad o refuerza el abandono de la fe? ¿Empuja a acercarse a Dios o a alejarse de Él? Sin duda la situación que vivimos removerá el interior de las personas. En situaciones de crisis fuerte el ser humano se dirige a lo esencial y afloran en él temas ocultos mientras se dejaba llevar por la vorágine de lo cotidiano: el valor de la familia, de las amistades, del trabajo, la necesidad de reflexión personal y de oración, también las preguntas fundamentales, el sentido último de la existencia... ¿Se trata de nuevas búsquedas o viejos desencantos? La fe ayuda a afrontar preguntas como éstas que no tienen respuesta inmediata.
Porque no se trata de dar respuestas de manual a quienes se interrogan sobre su lugar en el mundo, sino de escucharlos para acoger sus preocupaciones y acompañarlos desde su vida real a un progresivo acercamiento a Jesucristo. No respondamos a preguntas que la gente no se hace. De cómo se realicen estos procesos de acercamiento en escucha respetuosa y acompañamiento personalizado depende que sean significativas la misión evangelizadora de la Iglesia y su presencia en la sociedad.
Por otra parte, no se trata de proselitismo, de conseguir adeptos sea como sea. Se trata de que abramos los ojos y nos convirtamos en rastreadores para ver quiénes en nuestro entorno viven momentos de desorientación porque han experimentado la enfermedad en su propia piel, o padecen los efectos del paro o simplemente están conmocionados por la hecatombe.
Hemos de ofrecer la Iglesia como el hogar en que cobijarse ante la intemperie existencial. Se necesitan rastreadores de espiritualidad capaces de percibir la inquietud interior de muchos, ponerla nombre y ayudar a que descubran que Jesús es quien puede sanar las heridas de su corazón.
Durante la cuarentena experimentamos una gran ola de solidaridad, vimos la heroicidad de los sanitarios y también los pequeños héroes que atendían a las personas mayores que vivían solas... Pero en cuanto se ha abierto la mano hemos vuelto a llenar los bares y a consumir compulsivamente. Tenemos pendiente dar un salto cualitativo a nivel de conciencia. Ahora es el momento en que más se necesitan rastreadores de espiritualidad para que no se caiga en la superficialidad y el consumismo que apaga todo tipo de inquietudes humanizadoras.
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