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Un cántabro ha ganado un premio que es el equivalente a los Óscar del cómic, para que lo tengáis en cuenta en portada», nos avisó Guillermo Balbona, el redactor jefe de Cultura. Álvaro Martínez Bueno tuvo su espacio en la primera de El Diario por ... el Eisner 2022 a la Mejor Serie Nueva, 'The nice house on the lake'. Un gran mérito en un género relegado en las recomendaciones de lecturas para las vacaciones, excepto en secciones como la que publica Yexus los lunes en este periódico.
Las historietas de aventuras y de humor nos depararon ratos muy felices en aquellos estíos de rodillas magulladas, despellejadas y tintadas de mercromina. ¿Por qué no retomarlas este verano de efusión poscovid, el último antes de la recesión otoñal y del apagón invernal? Si atinan los agoreros, que nos quiten lo leído, lo reído y lo bailado.
Mi generación heredó series pretéritas: Tintín, Flash Gordon, el Guerrero del Antifaz, el Capitán Trueno, el Jabato, Astérix, Corto Maltés... De la infinidad de personajes que trataban de burlar la censura franquista en los tebeos, incluyo entre mis favoritos (si nos abstraemos de los usos machistas y racistas de la época) a Zipi y Zape, Carpanta y Petra, de Escobar; la familia Cebolleta y las hermanas Gilda, de Vázquez; doña Urraca, de Jorge; la familia Trapisonda, Rompetechos, 13 Rue del Percebe y Mortadelo y Filemón, de Ibáñez.
Con los chapuceros agentes secretos de la TIA, Francisco Ibáñez se convirtió en el historietista español más famoso en el mundo. Dotó a Mortadelo y Filemón de una fabulosa capacidad regenerativa. Despachurrados, apisonados, abrasados, vendados como momias o con chichones del tamaño de un melón en una viñeta, en la siguiente ya estaban incólumes, listos para volver a meter la pata. Soy fan de sus tramas secundarias protagonizadas por animalejos en los márgenes de la escena, sobre todo ratones que hacían perrerías a los gatos.
Aquí va un recuerdo personal de pie de recuadro que nos llevará a Ibáñez. Cuando tenía 25 años, vivía en una pequeña urbanización de San Juan de Alicante que se llamaba La Ratita y distaba sólo unos metros de la playa. En ese grupo de apartamentos a dos alturas, el mío, alquilado, estaba en la planta baja. En invierno desaparecían los vecinos y era la única habitante del recinto. En las noches de temporal oía los bramidos del mar desde la cama y el viento aullaba en cada rendija de la casa. La puerta de cristal que daba al levante era corredera y carecía de cerrojo. Fuera por la soledad de la finca o por su nombre, a alguien se le ocurrió regalarme un ratón.
Más que ratón, Gusi era un hámster noble y simpático como el Gus de Cenicienta, pero menos gordo y más listo. Lo dejaba deambular a sus anchas fuera de la jaula, lo que me costó algún disgusto, como que royera mi colección de revistas de 'Ciclismo a fondo'. Después de dos años de convivencia, una mañana de diciembre lo encontré muerto, con medio cuerpo fuera de su caseta. No le dio tiempo a entrar. Ni a mí a reaccionar. Me caían lagrimones como regueros de tormenta.
Lo malo de llorar, en mi caso, es una alergia que me hincha y enrojece los ojos de manera ostentosa y pertinaz. En media hora tenía que entrevistar a Francisco Ibáñez. No hubo forma de eludir el encargo, así que acudí al hotel Meliá con mi compañera Elisa, la fotógrafa. Empecé a hablar con el dibujante como si tal cosa, pero mi mirada de sapo bermejo chirriaba en exceso. Me expliqué. «Perdone que me presente con este aspecto, pero se acaba de morir mi ratón» y bla, bla, bla. No vi asomo de risa ni de estupor detrás de sus gafas. Sólo se mostró condolido. La entrevista fluyó después mucho mejor, y con humor. Cuando la dimos por terminada, Ibáñez nos regaló a Elisa y a mí sendos ejemplares del cómic que estrenaba. En el mío dibujó un ratón con cara de Mortadelo y con un cascabel en el rabo. «Este no muere», escribió junto a la dedicatoria.
'Un parricida delante del tablero', titulé la crónica. «Mataría sin dudarlo a Mortadelo y Filemón», confesaba su 'padre'. «Jamás disfruto cuando dibujo a mis personajes». «Siempre tienes que enfrentarte al papel en blanco. Lo tienes ahí delante, vacío, y parece que te va a envolver». Todo lo contrario dice Arturo Pérez Reverte: «No he sufrido jamás ante una hoja en blanco. Me lo paso bien». El novelista es un «contumaz admirador» de Ibáñez, para el que pide el Premio Princesa de Asturias. Criticado a veces el dibujante y guionista barcelonés por la etapa en la que asumió prácticas impuras de ideación y producción impuestas por Editorial Bruguera y por falta de reconocimiento a sus ayudantes, nadie niega su genialidad, maestría e influencia.
«Este no muere». En el fondo se refería a Mortadelo. No puede cargarse a sus personajes porque son imperecederos. Si incurriera en filicidio, «bastaría una píldora antibichos resucitadora del profesor Bacterio»
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