La democracia hervida

La falsa vocación negociadora y dialogante de las partes de un conflicto contamina más que todo el CO2 que se vierte a la atmósfera. Demasiado bla, bla, bla para engañar al personal. El fogón de gas se ha encendido con una política de chispas. El puchero con agua donde se baña nuestro bienestar sigue calentándose a fuego lento, sin que nos demos cuenta de que nos estamos cociendo. Es el famoso síndrome de la rana hervida, que ante la lentitud del proceso no puede percibir el problema y termina sin poder saltar hacia fuera para evitar los graves daños.

Nos estamos acostumbrando a las mentiras de un presidente que mintió en plenas elecciones para hacer lo que antes consideraba un escándalo. Nos tragamos una ley 'en defensa de la mujer' que libera a los delincuentes sexuales. Vamos a digerir una indecente ley de amnistía para tipos que están dispuestos a reincidir y que amenaza con extenderse a los terroristas. Se vislumbra la convocatoria de un referéndum para la independencia de Cataluña que se repetirá una y mil veces hasta que se vote como ellos quieren. Se ha pactado traspasar competencias de inmigración, no tanto para sostener las tendencias supremacistas y xenófobas de algunos socios del Gobierno, sino para acentuar las fronteras de un nuevo estado que decidirá que un aragonés, por ejemplo, es un extranjero.

Y en el agua cada vez más caliente del puchero permanecemos adormilados, como ante el cambio climático, amansados con melodías de concordia, miedo a la ultraderecha y la necesidad de conservar una democracia que estamos hirviendo como a una rana, y colorín colorado.