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Parece un chiste, como los trenes que no cabían en los túneles. Pero las noticias sobre cómo se han venido confeccionando las listas de espera de la sanidad pública en Cantabria son demasiado serias para reírse, porque en ellas había 1.700 pacientes fallecidos que ... lo fueron en su doble vertiente de enfermos y de personas armadas de paciencia, mucha, mucha paciencia.
Por encima del desastre de gestión de esa contabilidad que ha estado en manos de los socialistas cántabros, está la idea de imaginar a 1.700 personas que murieron esperando al médico, algo que debería escandalizarnos mucho más que cualquier amnistía o ataque a la independencia judicial. Porque una cosa, aunque grave, es el desmoronamiento del orden constitucional en base a la hipocresía y a la cirugía legislativa de la ultraizquierda, y otra, mucho más insoportable, que nos vayan dejando morir mientras nos cuentan soflamas en base al desorden interpretativo de números y de datos que sirven, o bien para exaltar los valores del progresismo o para atacar a los oponentes políticos. En eso hay portavoces gubernamentales que son unos artistas a los que hay que entregar el premio Goya a las volteretas ideológicas y el premio Goya a la interpretación de quedarse tan campantes tras el desaguisado que son capaces de montar, eso sí, mientras salpican las responsabilidades al prójimo.
Eso es lo que pasó el otro día en la comisión parlamentaria de Sanidad donde se destapó el mal olor de la gestión de gobierno del partido que aún dirige Pablo Zuloaga en Cantabria con esos 1.700 muertos (y muertas) esperando al médico, algo que en criterio del Defensor del Paciente podría ser constitutivo de un delito contra la salud pública por dejación de funciones que requeriría la intervención de la Fiscalía. Como dijo alguien en la comisión: «Hay un elefante en la habitación que no da la cara, pero todos sabemos quién es». ¿Lo adivinan?
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