Elogio de la lluvia

Con este tiempo, y con los sucesos de las inundaciones que tantos disgustos han ocasionado en los últimos meses, no parece adecuado elogiar a la lluvia, pero ya sabemos que «nunca llueve a gusto de todos».

He pasado unos días en tierras donde la lluvia es una excepción y he quedado desolado con el paisaje desértico que he visto. Es cierto que he podido disfrutar de la ligereza de ropa y de una agradable temperatura, pero la aridez de la tierra y sus consecuencias me han entristecido el ánimo. Por eso, cuando regreso a Cantabria, el verde de su paisaje me reconforta y no me pesa la ropa de abrigo. Sé que es una sensación general de un buen número de personas que tenemos la suerte de vivir en el norte. Hemos aprendido a reconocer la lluvia como una dicha que riega nuestros campos, enriquece nuestros manantiales y configura nuestra idiosincrasia. Es una bendición que nos viene del cielo, aunque nos quejemos cuando ametralla los tejados y huimos por las calles defendiéndonos con nuestros paraguas. «La Cantabria verde hay que regarla», decía un consejero de Turismo del siglo pasado. Que nunca deje de caer, pero con mesura y equidad.