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Es lo que tiene el amor. Derrite la voluntad propia, te hace esclavo de un sentimiento irracional que nubla los sentidos y te deja expuesto ante la persona amada. Es suficiente con imaginarla y pintarla con los colores de tus sueños para caer en sus ... brazos. Y si la relación es a distancia, sin poder rozarse en la convivencia, la fantasía se desborda. Cada día se multiplica exponencialmente esa querencia alimentada por palabras amables y endulzadas. Es cuando se nos pone cara de tontos y somos capaces de hacer lo que sea. Lo que sea.
Amelia y Ángeles, las hermanas de Morata de Tajuña, se quedaron tontas sin remedio. Tontas de amor. La ilusión de vivir un romance con militares norteamericanos era la película de sus vidas. Cuando el dinero se cruzó en la relación pidiendo importantes sumas fue demasiado tarde. Los amigos lo advirtieron. Pero el amor, además de tontos, nos deja ciegos. ¿Cómo va a ser una estafa algo tan bello y puro?, pensaban. La historia terminó con deudas y con asesinatos.
Nunca entenderé la candidez de Amelia y Ángeles. Tampoco la de quienes, hechizados por un falso amor, creen a unos tipos que constantemente aseguran promesas que nunca cumplen, blanquean palabras para defender lo indefendible, entrenan en el espejo guiones repetitivos para convertir mentiras en supuestas verdades, quieren convencernos de que existe terrorismo que respeta los derechos humanos, que la paz y la estabilidad se basan en la crispación, que para fortalecer la unidad hay que dar alas a los violentos, convertir a los delincuentes en personas respetables y a los jueces en delincuentes. No es cuestión de ideologías. Es cuestión de escrúpulos de unos individuos dispuestos a todo para mantener sus privilegios de poder. ¿Hasta dónde serán capaces de llegar? No seamos como Amelia y Ángeles. Dejemos de creer y de apoyar a esos estafadores del amor y a sus cómplices.
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