El helado del Paseo Pereda

Desde Puertochico, decidimos emprender el camino para recuperar aquel sabroso recuerdo de nuestra infancia, el de tomar un helado en Capri. Yo no sé si son nuestros ancestros pasiegos, con su expansión heladera por Francia y México, los que nos arrastran hacia la otra punta del antaño Muelle santanderino para disfrutar del helado. Así que comenzamos a peregrinar hasta Calvo Sotelo con tentadoras estaciones. La primera, la heladería La Polar. No, a Capri, dice mi hermana. La segunda, junto al Suizo, La flor y nata. No, a Capri. La tercera, heladería y pastelería Via Máximo 43. No, a Capri. La cuarta, gelatería cafetería Vacanze Romane. No, a Capri. A la quinta pensé que quizás la convencería: Gómez Fusión, los de la pastelería Gómez de toda la vida, nuestro primer apellido. Pues no, a Capri. Cerca del Alaska llega la sexta tentación, Cantabria exquisita, pero ni siquiera con ese nombre soy capaz de parar a mi hermana. No, a Capri. Qué largo se me hace el camino. En la séptima, pasando por Regma, no insisto. Capri está cerca. Allí esperan nuestros helados mantecados. Me pido de avellana. Lo lamo con ansiedad y en el regreso, cuando elevo el cucurucho como trofeo veraniego, va y se me cae. El chiquillo ha perdido facultades, pero mi hermana no: «A Capri».