El mareo de la realidad

La nave se mueve demasiado cuando los jueces sentencian el derribo de una vivienda, echan al propietario y los okupas se cuelan sin que haya juez capaz de desalojarlos. Me mareo.

La vocación maternal es una opresión patriarcal. Los fabricantes de pañales ya se han dado cuenta de la movida. Habrá más tallas para culos de adultos que para bebés. Menos mal que la crisis de natalidad se compensa con la inmigración ilegal. Miles y miles desembarcan cada semana en Canarias mientras Marruecos realiza maniobras militares junto a las islas. Sigo mareado.

Los narcos ya no huyen de la policía, la embisten con sus narcolanchas y matan a los guardias, incluso con público que alienta el espectáculo de los crímenes. Pero las sanciones se multiplican en otros espectáculos por decir «negro de mierda». ¿Pitidos al himno nacional en un partido de fútbol con gritos de «españoles de mierda»? Cosa de poca monta.

No hay reconocimientos para héroes, se reservan a los asesinos que salen de la cárcel, como si hubieran terminado una carrera universitaria en una residencia de estudiantes. Eso son las prisiones para ciertos terroristas. Claro que si uno no ha disparado a nadie en la nuca tiene opción de cambiarse de sexo en el DNI y disfrutar de otros privilegios. Ya tengo arcadas.

Suena algo de amnistía estos días. Ni un sacerdote en el confesionario puede tramitar el perdón de quien no se arrepiente. Pedro Sánchez, sí.

Todo me da vueltas. Las víctimas del holocausto son ahora los genocidas. Gritar «paren el mundo, que me apeo» dejará de ser cosa de una niña ficticia encerrada en una viñeta. No aguanto más, voy a vomitar, con perdón.