Reír por no llorar

Mal asunto cuando a los cómicos les da por llenarse la boca de «democracia» cada tres palabras que pronuncian. Ahora que se celebra el aniversario de la caída del muro de Berlín, ¿recuerdan cómo llamaron los socialistas soviéticos a la Alemania comunista? ¡Democrática! Ya oigo las primeras risas en el escenario.

El chistoso escritor británico, Jerome Klapka, decía que «La mejor política consiste en decir siempre la verdad, a menos que poseas una excepcional habilidad para mentir». Y nadie le va a negar tal capacidad a Pedro Sánchez. Incluso hay quienes creen que siempre que algún político miente le pagan derechos de autor a nuestro presidente.

Decían del presidente norteamericano Richard Nixon que podía mentir con ambos lados de su boca al mismo tiempo, y si se sorprendía diciendo la verdad, mentía para mantenerse en forma. Nuestro presidente le supera. Lo lleva en los genes. Y es que la mentira (no tanto el cambio de opinión) es la gran dueña de la política desde hace tiempo. Y nosotros seguimos premiándola, acaso porque los españoles nunca votamos por alguien, siempre votamos en contra. Y si no votamos, no nos engañemos, aunque no nos ocupemos de la política ya se encargará ella de ocuparse de nosotros.

Entre tantas desgracias y calamidades que se avecinan con tanta «concordia», recupero un pensamiento del político inglés Benjamín Disraeli que para diferenciar entre desgracia y calamidad aludía al primer ministro del Reino Unido, William Gladstone, afirmando que si cayera al Támesis sería una desgracia. Pero si alguien lo sacara del río, eso sería una calamidad. Aplíquese el cuento.