El sabio pobre
Entre paréntesis ·
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En una sociedad marcada por el inconformismo generalizado, las desgracias ajenas hasta nos consuelanCómo somos. Nos quejamos del alza de los precios, del escaso salario, del estado de nuestras calles, del tráfico, de la falta de aparcamiento, del juego de nuestro equipo… La actividad política está llena de reproches de unos y otros echándose la culpa de lo ... mal que está todo. Hasta Manuel Ángel Castañeda, analista experimentado de nuestro entorno, ha calificado de «semana negra para Cantabria» la reciente donde hemos leído titulares de las chapuzas de Renfe, las colas en Alto Campoo, la lista de espera de sanidad o la destrucción de empleo en la región.
Somos como el sabio pobre de Calderón de la Barca: «Cuentan de un sabio que un día/ tan pobre y mísero estaba/ que sólo se sustentaba/ de unas hierbas que cogía/ ¿Habrá otro, entre sí decía/más pobre y triste que yo?»
Y lo encontró en Siria y en Turquía, sepultado vivo entre los edificios destruidos, esperando la muerte entre el frío y la oscuridad; y en la guerra en Ucrania, o entre los palestinos masacrados por Israel, o entre las víctimas de la insurgencia de los talibanes en Pakistán, o en la guerra de Yemen, o en la de Etiopía… «y cuando el rostro volvió/ halló la respuesta, viendo/ que otro sabio iba cogiendo/ las hierbas que él arrojó».
En una sociedad marcada por el inconformismo generalizado, las desgracias ajenas hasta nos consuelan. No sólo porque no las sufrimos, también porque nos aligeran de una carga de fatalidad que pensamos que era insoportable. Pero lo insoportable está lejos de nuestra percepción. Quizás sea demasiado ambicioso intentar acabar con todo ese sufrimiento e injusticia que hay en el mundo. Pero al menos, que esas verdaderas desgracias nos dejen ver lo privilegiados que somos y nos enseñen a disfrutar de los que otros no tienen: «Pues, volviendo a mi sentido,/ hallo que las penas mías,/ para hacerlas tú alegrías,/ las hubiera recogido».
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