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Qué pereza me da escribir sobre Íñigo y sus toques, y no me refiero a Íñigo Vicente, artista del fútbol que, por tocar tocar, toca la pelota como los ángeles; ni tampoco del capitán del Racing, Íñigo Sainz-Maza que más que tocar, lo que ... ha sufrido son toques violentos de los rivales lesionándole la rodilla para toda la temporada, y a quien por cierto deseo una pronta recuperación.
Los toques sobre los que a uno le da pereza escribir son los de Íñigo Errejón, pero en este caso son toques con las manos, aunque no se dedique, que yo sepa, a ninguna de esas modalidades deportivas que las utilizan como principales de la acción, como baloncesto, balonmano o voleibol. Los toques de Íñigo son menos hábiles, amparados por una especie de complejo de superioridad intelectual que los convierten en toques autoritarios, e incluso agresivos, y que al final han sido capaces de desmantelar la engañosa creencia de que la izquierda progresista es el adalid del feminismo y de la igualdad, cuando en realidad esos avances son una conquista social de hombres y mujeres, sin distinción de clases, que algunos y algunas han querido usurpar magnificando e hiperbolizando su implicación.
Los toques de Íñigo han hecho bueno el dicho popular de 'dime de qué presumes y te diré de qué careces'. Su repertorio de declaraciones de lucida oratoria en defensa de la mujer, contra las agresiones sexuales, contra el machismo y a favor de la libertad, de la democracia y del respeto, ha sido tan abundante que tarde o temprano sus discursos tenían que salir por la culata por tanta pólvora podrida que los disparaba. Romperse las vestiduras en tantas manifestaciones con griteríos contra maltratadores (¿y maltratadoras?) también evidencia la hipocresía de esta nueva izquierda que carece de todo lo que predica con palabras bonitas. ¿Para cuándo son las manifestaciones de apoyo a las víctimas de los toques de Íñigo?
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