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Todos desprecian al tránsfuga. Y con razón. El diputado que traiciona a su partido y entrega su voto al adversario a cambio de dinero o de cargo público o privado, no tiene perdón. Es pécora, truhán, zorrastrón, camandulero, trilero, trapacista, rufián, rastrero, plepa y generalmente ... añade a su indeseable naturaleza la de piltrafa, pendejo y pelafustán. A pesar de tantos adjetivos que lo descalifican, no es sorprendente que la Justicia no pueda evitar su vil comportamiento, ya que las leyes proporcionan la titularidad del escaño a la persona, no al partido. Así que el único obstáculo que impide el transfuguismo es un firme compromiso del individuo con los principios ideológicos de su organización expresados en la campaña electoral, compromiso que cuando se rompe estalla en una justificada crítica a la inmoralidad.

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eldiariomontanes Transfuguismo no, gracias