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Comienzo afirmando sin tapujos, para quienes tengan la tentación y el descaro de rebatir condenas mirando al otro lado, que los descerebrados de Hamás merecen ... el desprecio más absoluto de sus creencias y el castigo más doloroso por sus execrables crímenes del 7 de octubre.
Pero ni siquiera Herodes, con la matanza de los inocentes, supera la contabilidad de tantos niños asesinados como el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, con sus constantes y cobardes bombardeos que no cesan. Cuando los daños colaterales se cuentan por millares de civiles y siguen produciéndose con la disculpa de vengar los asesinatos de Hamás, ya nada puede ocultar la realidad de lo que ocurre en Gaza, que es, sin eufemismos de legítima defensa, un auténtico propósito de exterminar a un pueblo.
Unicef, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, ha dado los datos de las muertes infantiles que se han producido desde el inicio de los ataques de Israel en Gaza y me he estremecido hasta los tuétanos. Hay quien cuenta ovejas para poder dormir, pero Netanyahu no puede dormir sin contar niños aplastados, amputados, descuartizados y desangrados por su ejército hasta llegar a los trece mil, adjudicándose el récord mundial de la tasa de mortalidad infantil en conflictos bélicos. A esta masacre hay que añadir las muertes que se están produciendo ahora mismo por la hambruna y la desnutrición de más niños y resto de la población.
El filósofo y científico Jean Rostand (1894-1977) pronunció la célebre frase de «Mata a un hombre y serás un asesino; mata a millones y serás un conquistador; mátalos a todos y serás Dios». Netanyahu no se conforma con ser el mesías prometido de su pueblo. Netanyahu aspira a ser el mismo Dios de los judíos. No me extrañaría que, si hubiera vivido en tiempos de Herodes, ni siquiera el niño Jesús se hubiera escapado de su ambicioso instinto infanticidio.
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