El Real Consulado de Santander
LA CUARTA ·
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LA CUARTA ·
En 1753 se daba por concluido el camino de Reinosa que pretendía facilitar la exportación de la lana castellana por nuestro puertoEn 1750, según un documento de la época: «nuestro país no tenía comunicación con provincia alguna de la península más que por mar, sin haber camino alguno para carruaje en el que pueda transportarse, ni aun con dos arrobas de peso, y lo que va ... a lomo de mulo no es sin gran riesgo y rebaja de la tercera parte de la carga, después de pagar por la conducción el precio inmoderado que el arriero quiera». La villa de Santander contaba con 680 vecinos, unos 2.200 habitantes. En 1752 Santander siente el primero de los vientos favorables que impulsarán su futuro. El marqués de la Ensenada confía a Juan Fernández de Isla la construcción, en el Astillero de Guarnizo, de cuatro grandes bajeles para la Real Armada y poco tiempo después el suministro de la madera necesaria en la construcción naval de los astilleros del Ferrol, Cádiz y Cartagena, así como el suministro de artículos navales producidos en ferrerías de nuestra región. Llegó a reunir Isla, en el astillero, mil obreros que trabajaron en tres turnos y, cuando la caída de Ensenada arrastró a Fernández de Isla, continuó la actividad en el mismo: en mayo de 1766 se hacían seis navíos para la Real Armada.
Continúan soplando vientos favorables: en 1753 se daba por concluido el camino de Reinosa que pretendía facilitar la exportación de la lana castellana por nuestro puerto. En 1754 una Bula Papal creaba la Diócesis de Santander y en enero de 1755 se concedió a Santander el título de ciudad. En 1765 se cedía a siete puertos, tres en el norte: Coruña, Gijón y Santander, la posibilidad del comercio con las Antillas, concesión que tenía en monopolio el puerto de Cádiz y en este mismo año Santander iniciaba el saneamiento y ampliación de la dársena. En 1768, según el Censo de Aranda, Santander tenía 4.125 habitantes. En esta fecha, dice Simón Cabarga en 'Sidón Ibera': «del municipio y de los puestos directivos van desapareciendo los apellidos topónimos montañeses que hasta entonces figuraban en las actas oficiales y en las relaciones de comercio. Desde entonces, se insertan apellidos vascongados, franceses y castellanos».
En 1778 la actividad portuaria aumenta considerablemente con la habilitación para poder comerciar con todos los puertos de América y Filipinas y se afianza en 1785 con la concesión, por orden de Carlos III, del Consulado de Mar y Tierra de Santander; hasta entonces dependíamos de Burgos. Según Fernando Barreda: «desde los primeros tiempos de su funcionamiento procuró dicha ilustre entidad santanderina defender celosamente cuanto pudiera redundar en beneficio de la prosperidad del territorio montañés, haciendo repetidas representaciones y solicitudes a los reyes de España, al Consejo de Castilla y a los altos organismos radicados en la Corte española». Personas e instituciones trabajaron con pasión y esfuerzo para lograr que el puerto de Santander fuera considerado, a mediados del siglo XIX, el más importante del norte de España.
Ejercía el Consulado funciones judiciales y administrativas y su actividad fue extraordinaria. Ya en 1787 acometió: «mayor extensión a sus muelles, y dársena, surgidero seguro de las embarcaciones, y mayor ensanche de su comercio». Colaboró con el Ayuntamiento, siendo corregidor el conde de Villafuerte, en conseguir el empedrado de calles, demolición de las murallas, limpieza y alumbrado, alcantarillado, enterramiento fuera de las iglesias... Su obra más trascendente fue la rehabilitación y nuevo trazado del camino a Reinosa, en mal estado desde 1755, pues un duro invierno de temporales de agua y nieve, había causado muchos daños en el camino abierto sólo dos años antes. El Consulado acometió una obra total, con nuevos ensanchamientos y lo prolongó hasta Alar, para aprovechar las posibilidades de tráficos que provocaba el nuevo canal de Castilla.
Como en 1790 los armadores santanderinos ya empleaban, en su tráfico comercial con América, diez fragatas, cuatro paquebotes y tres bergantines que enlazaban nuestro puerto con Veracruz, La Habana, Puerto Rico, La Guayra y Filadelfia, el Consulado creó la Escuela Náutica de Santander donde se formaron los magníficos capitanes de nuestra flota que biografiaron Del Río y González Echegaray; en 1793 la escuela tenía 53 alumnos. Estableció también las enseñanzas de Comercio, comenzando con 12 alumnos y una academia de dibujo donde se inició José de Madrazo, quien posteriormente fue pensionado para continuar en el estudio parisino de David y, como dato curioso de su preocupación social, recojo de Fernando Barreda: «pagaba el pasaje de niños expósitos que pudieran ir a América recomendados a casas comerciales de destacados montañeses: algunos lograron triunfar en el mundo de los negocios».
En el sitio de San Sebastián, en terrenos cedidos por el obispo Menéndez de Luarca, construyó la Atalaya y estableció «para aminorar los daños de armadas y corsarios enemigo» un servicio de vigías enlazando desde el Alto de Liencres hasta el Cabo de Quejo «usándose banderas de señales que avisaban si los navíos que se avistaban eran amigos o enemigos, de guerra o mercantes». En 1793 proyectó también el camino de la Rioja, pensando en el tráfico del vino. La actividad del puerto y los proyectos industriales sorprendieron a Jovellanos quien en septiembre de 1791 escribía a don Antonio Valdés: «Santander va a tragar todo el comercio de nuestra costa septentrional: franco en sus entradas y consumos acabará con todos los puertos de aduanas. Franco también en su industria como ellos, acabará con las de sus provincias libres... En esta suerte la primera víctima será Asturias. No digo esto para que Vd. desfavorezca Santander, dígolo para que ponga su celo en favorecer a Asturias».
La mejora del camino no sólo favoreció la exportación de las lanas castellanas; posibilitó el nuevo gran mercado de la exportación de trigo y harinas hasta el punto de contribuir al desarrollo económico de Castilla y supuso la proliferación de los arrieros, en su doble camino de venida a Santander con el trigo y de vuelta con productos ultramarinos y también, en Campoo y a lo largo del Besaya, el establecimiento de numerosas fábricas de harina. El comercio harinero provocó la llegada a Santander de familias terratenientes castellanas que afincadas tuvieron presencia importante en la vida económica y social de la ciudad. No siempre soplaron vientos favorables. Las guerras con Francia e Inglaterra, en los años finales del XVIII, la Guerra de la Independencia y los procesos de independencia en los países iberoamericanos, fueron obstáculos que provocaron crisis. Los Reales Consulados cesaron el 31 de diciembre de 1829 por la creación de los Tribunales de Comercio.
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