Secciones
Servicios
Destacamos
La revolución del mayo francés de 1968 fue un torrente de eslóganes, a cada cual más ingenioso. Uno de los que quedan en el recuerdo ... decía: «Seamos realistas, pidamos lo imposible». Una frase que encaja a la perfección con la situación actual de España. Los españoles hemos tejido, a lo largo de cuarenta años de democracia, una compleja red de cesiones, equilibrios, revisiones ideológicas, fragmentación territorial... Una trama que, en lugar de conducirnos hacia un horizonte de igualdad, progreso, bienestar, libertad y solidaridad, nos sumerge en aguas turbias y en pugnas intestinas que conllevan pérdida de oportunidades y desencadenan un enfrentamiento cainita, esterilizante.
Uno de los elementos que más contribuye a la constante crispación y a provocar una parálisis en la gestión de los asuntos trascendentes, es el empeño de un grupo numeroso de políticos y ciudadanos catalanes en atacar constantemente no a España, como un ente abstracto, sino a los españoles, porque los independentistas trabajan para lograr que los derechos de todos se anulen, para que ellos, una minoría, se imponga a la mayoría. Una propuesta que, en el fondo, se resume en que las autonomías que han logrado más prosperidad, generada con el esfuerzo colectivo, rompan con el resto de forma que los más ricos mantengan su posición sin ningún rastro de solidaridad o justicia social.
Desde la redacción de la Constitución, los partidos independentistas catalanes y vascos han conseguido privilegios para sus votantes. En la propia Constitución -en lo que supone una clara 'contradictio in terminis' respecto al artículo que proclama la igualdad de todos los españoles- se consagra el derecho foral del País Vasco y Navarra y también se articulan dos vías diferentes (de primera y de segunda categoría) para acceder a la autonomía regional. Desde ese momento inicial, los dos grandes partidos que han gobernado -con mayor o menor capacidad de maniobra- el destino de España han estado bajo la presión de las minorías vasca y catalana. De esa situación de cierta cautividad, con los independentistas como carceleros, se ha consagrado una situación que lejos de integrar a las minorías secesionistas lo que ha logrado es demostrar que por el camino del enfrentamiento se obtienen más y más aventajas sobre el resto de españoles.
Tanto el PSOE como el PP han acudido a los votos de los grupos independentistas en el Parlamento, para acceder al Gobierno en ocasiones o, teniendo la mayoría absoluta, evitar confrontaciones. Conviene recordar aquellos pactos del Majestic y cuando Aznar hablaba catalán en la intimidad, hasta el cheque en blanco que Rodríguez Zapatero otorgó al Parlamento catalán para que redactaran un nuevo estatuto, contrario a la Constitución.
Durante décadas, la ambición por gobernar ha permitido que los políticos antepongan los derechos de los españoles a su irrefrenable deseo de detentar el poder. En ese juego, los perdedores hemos sido los españoles no nacionalistas. Por esta razón asistimos impávidos a la desigualdad de las inversiones del Estado en las diferentes comunidades, a la imposibilidad de que un español pueda ser funcionario en Cataluña o el País Vasco, al desarrollo hemipléjico del país, a la perdida de derechos, la imposición de un idioma regional sobre el que todos tenemos el derecho y la obligación de conocer, etc...
El problema está ahí, ante nuestros ojos. La solución también, pero los dos grandes bloques políticos no quieren verla. Cuando desde diferentes sectores políticos y sociales se formula la pregunta de qué alternativa existe a la actual tendencia al pacto con los independentistas, la respuesta es clara: un acuerdo entre el PP y el PSOE para evitar depender del puñado de escaños que obtienen los secesionistas, principalmente en Cataluña y País Vasco. Cuando se evite que el partido con más apoyos parlamentarios entregue derechos de todos a unos pocos para poder formar gobierno, se habrá cerrado el grifo de la desigualdad y en España nos acercaremos a la igualdad de derechos y obligaciones. Desde el punto de vista ideológico no hay obstáculos ya que los socialistas llevan en su ADN la igualdad y la derecha la libertad. Estos dos valores son perfectamente conjugables y deberían aunarse para servir a la mayor parte de los españoles. El centro derecha y el centro izquierda deben lograr que sus necesarias diferencias ideológicas no contaminen algo tan importante como el bienestar de la mayoría y, mucho menos, para incentivar que existan españoles con más derechos que otros. Basta con evitar la dependencia de los nacionalistas, para que la democracia funcione y la mayoría dicte las leyes, no las minorías. Gobiernos de coalición sí, por qué no, pero sin el apoyo de los secesionistas.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.