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Hoy quiero recomendar un libro que me ha resultado de especial interés el leerlo. De hecho Bill y Melinda Gates lo consideran un libro « ... de lectura obligatoria». Su título es 'Piénsalo otra vez' y su autor es Adam Grant. La tesis de este autor, y que comparto, es que mantenernos firmes en lo que hemos pensado, decidido o puesto en ejecución puede ser un mal ejercicio para mejorar nosotros y que mejore nuestro entorno personal y/o profesional.
Al comenzar a escribir me he dado cuenta de que el título de este artículo, cargado de sabiduría popular, es excelente para enmarcar esta idea esencial: Cuando pensamos algo, se nos ocurre una idea o creemos saber la esencia de un proyecto, lo hacemos bajo la influencia de ese momento en particular, de nuestra propia visión de las cosas, de nuestro estado de ánimo y de las circunstancias concretas que nos puedan ocurrir en ese instante. Por eso puede suceder que darle una nueva vuelta a aquello que pensamos tenga todo el sentido si alguna o varias de las circunstancias que lo condicionaron han cambiado.
Pero esta idea tan acertada ¿con qué es con lo que topa? Con nuestro comportamiento habitual en el que si cambiamos de idea creemos que perdemos personalidad, que no tenemos claras las cosas, que somos veletas que cambian con el viento. Sobre todo lo que nos limita, más allá de nuestra autovaloración, es lo que puedan pensar los demás si cambiamos de idea o de criterio. La rectificación a la que me refiero y que valoro como correcta sucede cuando, como he comentado, cambia algún aspecto que pudiera haber sido determinante en nuestra idea inicial. Porque en caso de que carezcamos de nueva información o sepamos claramente que la decisión que hemos tomado se asienta sobre los mismos principios que cuando se tomó, entonces sí que hago mía la frase de que lo que ya está decidido no hay que volver decidirlo. Esto es así porque nuestra vida es tan relativa que, según las condiciones, nos puede valer una idea o la contraria; el propio refranero popular parece contradecirse cuando expresa que «no por mucho madrugar amanece más temprano» mientras que otro defiende que «al que madruga Dios le ayuda».
Como síntesis de todo ello creo que es conveniente pensar que, al igual que un proyecto arquitectónico, podemos cambiar de idea, es sano hacerlo, si lo creemos conveniente, ahora bien cuando ya tenemos medio edificio construido no tiene mucho sentido tratar de revisar los planos de la cimentación; es decir, ya no hay vuelta atrás. En conclusión, el mundo de las ideas puede ser tan voluble como las circunstancias que las condicionan, pero en el de las realidades ya ejecutadas ya no hay vuelta atrás.
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Ana del Castillo
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