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Todo sucedió hace justo un año. Eran las siete y media de la mañana y me disponía como todos los días a ir a mi trabajo como urólogo en el Hospital de Sierrallana pero sonó mi teléfono particular, era un compañero mío que ... estaba de guardia y me comunicaba que el resultado de mi PCR para el covid-19 era positivo.
La verdad es que no tenía conciencia de la gravedad de la situación: habíamos oído hablar de Wuhan, de los casos de Lombardía, de la suspensión del Mobile Congress en Barcelona, del primer caso diagnosticado en España, de la suspensión de los primeros congresos y reuniones de profesionales médicos, pero siempre con la idea de que no te iba a tocar a ti y también de que no era más que un caso vírico, como una gripe, y que en España solo se darían tres o cuatro casos.... El mundo se me vino abajo por momentos. Tras recapitular, encontramos el origen del contagio en un paciente trasladado de Igualada y que ni él ni nosotros éramos conscientes de que era portador del virus, por lo que no adoptamos ninguna medida especial ya que en aquellos momentos no se hacían pruebas salvo a personas sintomáticas. Todavía recuerdo con mucha pena la odisea que fue encontrar información por parte de Salud Pública/Dirección Médica y Riesgos Laborales respecto a hacernos la prueba PCR a mí y a mis compañeros que habíamos tenido contacto con el paciente que había sido confirmado como positivo. Se nos negaba por protocolo al ser asintomáticos, sin valorar los riesgos que comportaba si éramos positivos asintomáticos, a pesar de que las recomendaciones de la OMS insistían en hacer pruebas y pruebas y más pruebas. Al final, por mi cabezonería aragonesa conseguimos que nos hicieran las pruebas, pero no a todos, solo a los que intervenimos al paciente, con el triste resultado de que solo yo di positivo, obteniendo parece ser el triste récord de ser el primer facultativo positivo en covid-19 en Cantabria.
Afortunadamente la enfermedad fue benévola conmigo, la pase confinado en mi domicilio durante tres semanas con poca sintomatología, pero con cierta ansiedad y angustia, en especial a la semana del cuadro, que es cuando parece ser que se desencadena esa tormenta de citoquinas que pueden poner en peligro la vida. Por suerte, no ocurrió así. En mi condición de médico tuve la ventaja de poder monitorizarme la temperatura, presión arterial, oxigenación y pulso. Si la cosa hubiese ido mal y me daba tiempo, valoraría entonces acudir al hospital. Gracias a Dios no tuve que llegar a hacerlo. Debo decir que no me sentí solo. Me abrumó el contacto continuo por teléfono con familia, amigos, compañeros de trabajo etc. Por poner un pero si eché en falta un contacto más directo por parte de la dirección de mi hospital. Solo puedo tener palabras de agradecimiento para todos por la gran cantidad de muestras de cariño, apoyo y fuerza recibidos. Cada mensaje, llamada, palabras, iban insuflando fuerza e ilusión para volver de nuevo a la vida, como así ocurrió a las tres semanas de confinamiento y dar negativo en una nueva PCR que esta vez no tuve problemas para hacerla.
Como anécdota contare que desde el Servicio de Hematología de Valdecilla se me solicitó para ser donante de plasma a lo cual me presté gustosamente, pero el virus me volvió a dar otro revés negativo, no tenía anticuerpos, por lo que mi ilusión de poder ayudar a otros pacientes se me vino abajo.
Es evidente que inicialmente no se tuvo el respeto que merecía la amenaza. Se perdió la oportunidad de ir por delante del problema en vez de por detrás. Se perdió la oportunidad de hacer recuento de recursos, aprovisionamiento, organizar la logística, planificar una respuesta escalable, preparar el sistema para una respuesta eficaz y segura desde el principio. Quienes debían responder proactivamente, responsables políticos y técnicos, no tuvieron la capacidad de atender más allá del impacto inmediato y superficial de sus obsesiones, sometiendo por ello a la gente a riesgos que, ahora, a cientos de personas cada día les supone morir en soledad.
Está claro que esta pandemia ha resultado una amenaza y nos ha hecho tambalear muchos esquemas: desde el punto de vista social quizás unas nuevas formas de relación podrán instaurarse aunque ello no quiera decir que no deseamos volver a la 'antigua normalidad'. La sociedad se ha dado cuenta de lo importante que es la salud y el trabajo de los profesionales sanitarios pero también ha percibido la difícil situación y la falta de recursos adecuados. Los profesionales hemos percibido la importancia de nuestro papel, la responsabilidad y admiración de las gentes y que el trabajo en equipo nos hace más grandes y fuertes.
Para finalizar quiero animar a todos a vacunarse, seguir con las medidas de protección y cumplir las medidas pautadas por la Autoridad Sanitaria. No tenemos otras alternativas si queremos ganar esta batalla con el menor número de bajas ya que por desgracia todavía nos quedarán días malos y perdidas de personas queridas. Que todo quede en un mal recuerdo.
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