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En ocasiones amigos, y a veces algún desconocido también, me han comentado detalles, circunstancias, de algún artículo y me llama la atención que utilizan la palabra recuerdos para hablar de temas anteriores a nuestro existir. Pienso que hay sucesos, acontecimientos que, bien por transmisión oral, ... bien por lecturas, llevamos tan entrañados que podemos afirmar que son parte de nuestro pasado y que aunque no los hayamos vivido han enraizado profundamente en cada uno.
En este mes se han publicado en Santander dos libros que nos ayudan emocionalmente a provocar multitud de recuerdos; aunque son muy diferentes en su contenido. Son' Toda una vida. Enciclopedia de los recuerdos felices', del popular periodista Javier Rodríguez y 'Santander. Las imágenes y su historia. Vida de una ciudad' del médico Gabriel González de Riancho Francos, considerado uno de los más importantes coleccionistas de postales de España y cuya colección de Santander y Cantabria es única y envidiable. Javier consigue el reencuentro con nuestra propia vida no en el marco de nuestra ciudad, sino en los infinitos escenarios de nuestra evolución personal, desde la propia infancia; en la familia, recordando alimentos que fueron populares, costumbres perdidas, cromos, tebeos, juegos olvidados, espectáculos, útiles de nuestra educación desaparecidos en la evolución del tiempo… Todo a través de imágenes conocidísimas en su día y que al encontrarlas ahora todas juntas, constituye un extraordinario regalo para recordar infancia, adolescencia… ayer.
La extraordinaria obra de Gabriel González Riancho no sólo amplía su obra de 2006 en la que recorría la ciudad desde Cuatro Caminos a El Sardinero, sino que al haberla estructurado a través de capítulos tan diversos como la ciudad y sus actividades, el urbanismo, el puerto, el ocio, sucesos y personajes, la lectura facilita revivir con enorme interés la vida de la ciudad durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del XX, haciéndonos detener de continuo en el recuerdo de personas y sucesos que situamos idealmente en escenarios desaparecidos.
Las imágenes de esta nueva obra no solamente son de una extraordinaria calidad, sino que muchas son muy poco conocidas e incluso inéditas; y aunque las imágenes son las protagonistas, los textos complementan su interpretación. Algunas de las imágenes que desconocía me han, por una parte, emocionado pero también me han provocado una reflexión como amante apasionado de lo que la lectura aporta a nuestra vida. Incluso gente que consideramos muy lectora desconocen los que podíamos considerar nuestros clásicos, y esta es información recibida de algunos de los interlocutores, lectores de El Diario Montañés, que he citado en el inicio; de lo que han leído las últimas generaciones o los actuales estudiantes no hago comentarios.
Las imágenes provocan en los lectores recuerdos de lecturas y estos recuerdos aumentan el placer de contemplar las fotografías y complementan la información. Por ejemplo, en una fotografía del Paseo de Menéndez Pelayo de 1905, además del espectáculo que provoca la contemplación de todos los personajillos de la foto, hay dos carruajes, el tranvía de mulas de Miranda y uno de los carruajes que se conocían como Cestas. En 1873 en 'La Luciérnaga', una de las narraciones cortas de su libro 'La playa', escribió Amós de Escalante: «Venía bajando por aquella parte del camino que se dijo Vía Cornelia y hoy se llama Paseo de la Concepción. Camino del Calvario lo llamaba un amigo tuyo, quién sin duda lo anduvo atarazadas las sienes por las agudas espinas de tus desvíos, y a su tiempo apuró el hondo vaso de hiel de un mortal desengaño. Pasaban aquellos cochecillos que vuelan cuesta abajo y arrastran cuesta arriba, y cuyas macilentas caballerías así que llega septiembre y el fin de su tormento, han perdido todo instinto, incluso el del hambre, y no se mudan de donde las sueltan, ni aún convidadas por la vecina yerba o el medido pienso, si no las azuza a comer el mismo látigo que las azuzó a trabajar. ¡Lamentable espectáculo!».
El texto enriquece la información de la foto. Nos aporta dos nombres al paseo: Vía Cornelia, porque al igual que la calle que lleva actualmente este nombre fue abierta siendo alcalde Cornelio Escalante, y Concepción por la ermita de Miranda; que ya en 1873 era muy transitado el paseo y es muy gráfica la descripción de la mala vida de las caballerías.
Independiente de este desahogo personal, es también cierto que hay fotografías que dicen más que mil palabras, que son un artículo: el tren de Pombo por la Cañía, la animación de las playas, las extraordinarias fotografías del puerto, sus machinas y la animación de la ciudad con la llegada de los trasatlánticos y con la descarga de los buques; las fiestas veraniegas.
La enorme información gráfica de la obra supone para los lectores que aún no han cumplido 50 años el encuentro con una ciudad diferente, no sólo por el crecimiento por los extremos de Cazoña y Valdenoja. Comprenderán la diferencia de una ciudad, cuyo centro vital y comercial era el puerto, cuando la llegada de barcos no sólo enmarcaba un paisaje diferente sino que su actividad marcaba el ritmo de la ciudadanía.
Hoy, los extraordinarios paseos marítimos han arrinconado de tal forma la actividad portuaria que incluso muchos santanderinos no se enteran de la llegada de los cruceros y ni siquiera conocen donde atracan, aunque eso no significa que cualquier tiempo pasado fue mejor ni peor; sólo diferente. Recuerdo.
En fin, agradecer a los autores el regalo de un inesperado festín navideño.
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