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Las redes sociales

Hay que regular las páginas web para que reconduzcan el tratamiento de los datos personales con severas prohibiciones al uso y al abuso

Martes, 2 de febrero 2021, 07:19

De la misma forma que las drogas crean dependencias inevitables estamos ante un presente en el que las comunicaciones de vértigo son irrenunciables por la facilidad de hacernos creer que nos abren al resto del mundo, y por esa sencillez al alcance de unos golpes ... de dedo. El ansia de poder decir, manifestar y comunicar lo que pensamos de una manera abierta y sin temores es el alter ego del frenesí comunicativo. Con la misma rapidez con que escribimos las palabras, salen al aire, lo que produce una aceleración inevitable en el ansia de producir fonemas radiados, que al igual que las drogas han provocado una enorme dependencia en el mundo de la comunicación. Hoy en día, el poder que tiene la sensación de estar al aire a la vez que los hechos criticables se producen nos impulsa a pensar que el que da primero da dos veces. Es bueno que las personas nos podamos expresar públicamente porque, entre otras razones, entramos en el maremágnum del big data, cuyo tratamiento por las empresas de bienes y servicios ha creado un inmenso tejido de matemáticos algoritmos para captar y recoger qué piensa la gente de tal o cual efecto, con la finalidad de encontrar la manera de seducir con los productos que tales empresas quieren poner en el mercado con garantías de éxito. Y, en gran medida, las empresas corrigen su modo de introducir en el mercado sus productos y cambian la captación de datos para obtener la máxima venta de productos. Por lo tanto, es innegable que la aparición de las redes sociales ha producido un gran impulso en la mercadotecnia en todos los aspectos económicos de la comunicación y las ventas y, también, en la posibilidad de provocar en el comunicante una sensación de autocomplacencia por la facilidad con la que las ideas se pueden dar a conocer. Otra cosa es la realidad de esa complacencia, ya que la inmensa mayoría de ellas caen en saco roto, nadie las lee. Y que decir del idioma, la necesidad de escribir rápido y dar salida a las ideas ha provocado una urgencia de comprimir las palabras al mínimo posible, por la inmediatez de la difusión, lo que provoca efectos colaterales que suponen un asalto a la lengua, que no sigue sus leyes gramaticales sino que obedece antes al correspondiente impulso de rápida difusión. Pero, aunque las personas que utilizan las redes no saben los efectos de sus palabras, les resulta suficiente saber que han salido y alguien las leerá. Hasta aquí todo obedece a las sencillas reglas del darse a conocer, otra cosa son los efectos personales de intercomunicación que tales redes ofrecen. Es público oír en chats o en tertulias en la web que nadie se fía de nadie en el medio, y que muy pocos han obtenido compensaciones personales en sus difusiones y deseos de establecer correspondencia con resultados presenciales satisfactorios. Pero como dice el refrán, a falta de pan buenas son tortas. La satisfacción se reduce a un intercambio impersonal de afectos y deseos que entran en el poder de la imaginación y la fantasía, y ello nos conduce a la pregunta de si es suficiente para colmarnos en nuestra vida personal. Que nadie se llame a engaño, los únicos entes que se benefician de las páginas web son sus creadores multimillonarios y las empresas de ventas y comunicación que venden a tutiplén. Los primeros por los réditos que los anunciantes les dan en cada difusión y las segundas por encontrar los segmentos de población que mejor pueden aceptar sus productos de venta porque poseen poderosas herramientas de captación en los tratamientos algorítmicos del big data. Las herramientas matemáticas de las que se sirven los poseedores del domino web intentan cada vez aglutinar más y más personas en torno a una característica del usuario. Por ejemplo, si éste tiene algún contacto con A inmediatamente le asocian todas aquellas personas que contactan con B y así sucesivamente. Lo cual, a mi modo de ver, es lesivo con el derecho a la intimidad que cada uno tiene. Se trata de agrupar a cuantos más mejor, de manera que los que tratan los dominios de la comunicación, las empresas de ventas materiales o virtuales, puedan mediante el tan conocido fenómeno del big data captar el máximo de posibles clientes.

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