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El igual que sucede con el calentamiento global, sobre el que se hacen frecuentemente proclamas muy altisonantes relativas a su supresión en un futuro que nunca termina por llegar, así sucede, también, con la lucha contra desigualdad en la distribución de la renta.
Desde hace ... ya bastante tiempo, pero sobre todo en los últimos años, con el progreso tecnológico (en particular la automatización, robotización y digitalización) y la actual pandemia, las desigualdades en la distribución personal de la renta no han hecho más que aumentar, tanto a escala regional, como nacional o internacional.
Puesto que este aumento es no sólo un problema social de primera magnitud sino, también, un gravísimo problema económico, no sorprende que sean muy numerosas las propuestas, principalmente de los gobiernos e instituciones internacionales, que buscan frenarlo y, si es posible, revertirlo. Sin embargo, y a tenor de la evidencia disponible, hay que concluir que, al menos hasta ahora, con escaso éxito.
A mi juicio, para atajar el crecimiento de las desigualdades de renta es preciso actuar al menos en tres frentes: el fiscal, el educativo-formativo, y el corporativo. En materia fiscal es necesario llevar a cabo una auténtica revolución, tanto en el lado de los ingresos (haciendo que los impuestos sean mucho más progresivos y evitando todos los resquicios que propician la evasión y elusión), como de los gastos (primando en mucha mayor medida el gasto social).
Puesto que una parte muy importante de la desigualdad en la distribución de la renta procede de la desigualdad en materia de capital humano, es absolutamente necesario extender y mejorar la educación de los jóvenes y actualizar permanentemente los conocimientos de los mayores. Esto requiere no sólo una adaptación de nuestros sistemas educativos y formativos sino, sobre todo, la aplicación indiscriminada y real del principio de igualdad de oportunidades, sea cual sea la procedencia del individuo. Si esto no sucede, y es obvio que, por ejemplo con la pandemia de la Covid-19 esto no ha sucedido (hay quienes han contado con todos los medios para seguir con una enseñanza online y quienes no han contado con ninguno), no debería extrañarnos que las oportunidades de buenos empleos y buenos salarios sólo lleguen a determinadas capas de la sociedad. Esto ha sucedido siempre, pero ahora, con la globalización (también de la información), es más evidente que nunca y, por lo tanto, más sangrante.
El tercer ámbito de actuación para detener el aumento de las desigualdades de renta es, a mi juicio, el de la lucha contra los privilegios de las corporaciones y sus principales ejecutivos. La crisis de la Covid-19, la de 2008, y todas las anteriores se han saldado con un aumento del peso de las rentas del capital en detrimento del de las rentas del trabajo. ¿Por qué? Pues, precisamente, por el enorme poder de mercado de las corporaciones que hace, que, incluso en las situaciones más dramáticas para una buena parte de la sociedad, las mismas saquen tajada. A menudo, como sucede con el caso de las eléctricas en España, en connivencia con determinados poderes políticos. Más competencia en los mercados y menos premiar comportamientos ejecutivos que benefician a la empresa, pero perjudican claramente a la sociedad, contribuiría no sólo a reducir desigualdades de renta sino a ser más eficientes y socialmente más justos.
Puesto que, como sucede siempre, es más fácil predicar que dar trigo, hay que reconocer que, en líneas generales, los gobiernos de los países occidentales (no digamos ya los de otros países) no han destacado en su afán por avanzar en materia fiscal, como tampoco lo han hecho en los frentes educativo-formativo o de lucha contra las grandes corporaciones. Dejando de lado los intereses creados (de los que se nutre la corrupción), hay que reconocer que la principal razón del fracaso a la hora de evitar el aumento de la desigualdad en la distribución personal de la renta estriba, como en el caso de la lucha contra el calentamiento global y el cambio climático, en la falta de una verdadera voluntad política para acabar con las desigualdades. Una falta de voluntad que se sustenta, creo yo, en una carencia de auténtica conciencia social sobre el problema. Mientras esto no cambie, y de hacerlo es evidente que ll'evará mucho tiempo, será difícil que avancemos en la reducción de las desigualdades de renta, lo cual, por cierto, podría ser muy costoso en términos de eficiencia económica y tranquilidad social.
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