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Treinta y siete millones de españoles, medio millón de cántabros, llegan al día de reflexión entre la abulia, la decepción, el cabreo, las dudas, la tentación de quedarse en casa y también alguna esperanza de que, esta vez sí, España tiene que salir del ... bloqueo político. Para muchos catalanes la reflexión de hoy es si mañana el independentismo violento les dejará votar en libertad en su tierra después de cuatro décadas de democracia. Tremendo.
A menudo las elecciones traen sorpresas, quizá en Cantabria con un escrutinio incierto, y también en el conjunto del país, que es lo trascendental y lo preocupante. No se puede descartar que Pedro Sánchez, en su frenético sprint por movilizar a la militancia frente a Vox y al tiempo para arañar votos por el centro, finalmente salga reforzado de las urnas para buscar el gobierno progresista a la portuguesa que prefiere, sin Unidas Podemos en el Consejo de Ministros y sin concesiones vergonzantes al soberanismo por el lado de la ERC de Junqueras. Tampoco es imposible el vuelco político, que los tres partidos del centro y la derecha –el PP en crecimiento, Vox en explosión y el declinante Ciudadanos– sumen una mayoría de gobierno.
Pero si los resultados del 10-N se acercan a los pronósticos casi unánimes de las vísperas, sólo PSOE y PP podrían alcanzar un acuerdo plenamente constitucional, fuerte, estable y alejado de los extremos políticos para enfrentar la crisis en Cataluña y la economía tambaleante. O sea, el que PSOE y Ciudadanos debieron firmar tras el 28-A, cuando les salían las cuentas de la gobernabilidad. No sirve de nada llorar por la leche derramada, habría que aprovechar la segunda oportunidad si se presenta.
El margen para el optimismo es más bien escaso. En ambos lados, en los análisis de los cuadros dirigentes y hasta en las voces de las militancias, la distancia ideológica que, por ejemplo, se constata en los pactos socialistas en Navarra y Cataluña, la desconfianza mutua y los posibles perjuicios partidarios de un pacto entre dos fuerzas antagónicas pueden tener más peso que los urgentes intereses nacionales que debieran compartir.
Llegado el caso, Pedro Sánchez, si es el candidato más votado, aceptaría el apoyo del PP, pero 'gratis total', ni obierno de concentración ni siquiera una negociación sobre los grandes asuntos de Estado. Y el partido de Pablo Casado, si Sánchez obtiene menos escaños de los 123 que tenía, podría exigir su cabeza a cambio de respaldar al PSOE. Una apuesta de riesgo, como si no supiera ya de lo que es capaz el presidente en funciones y líder socialista para hacerse con el poder y para mantenerlo. Con planteamientos tan drásticos por ambos lados, el acuerdo, ya de por sí muy difícil, sería imposible. Toca reflexión general.
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