Secciones
Servicios
Destacamos
Nuestra Comunidad Autónoma ha iniciado un proceso de participación pública sobre el anteproyecto de Ley del Suelo que está redactando. Una de las medidas que contiene, es la continuidad del actual régimen de usos del suelo rural, con algunos matices, conservando la posibilidad de ... edificar viviendas unifamiliares en el suelo no urbanizable. Previsión esta, que suscita una intensa polémica reflejada estos días en numerosos artículos de opinión que la denuestan.
El común denominador de su discurso es la ausencia de planificación ordenada y el consumo de suelo, bien escaso e irreemplazable, que caracterizaría estas formas de crecimiento.
No he tenido oportunidad, sin embargo, de ver reflexión alguna respecto a los crecimientos ordenados a base sectores y planes parciales, los suelos urbanizables, que se asumen como naturales y apropiados en todo tiempo y lugar, conforme a un dogma tradicional de nuestro urbanismo. También consumen valioso suelo y reflejan la composición que les procuramos en la partitura del Plan General; con frecuencia, un ritmo repetitivo, monótono y pobre, carente de melodía y de matices. Una respuesta productiva homologada y en cadena a las grandes demandas urbanas del tiempo en que se concibió.
El desarrollo ordenado de sectores urbanizables es adecuado para la ciudad, para aquellos núcleos de población en los que esta se ha venido concentrando en detrimento, precisamente, del medio rural que hoy llamamos la España vacía, pero también podríamos llamar envejecida y empobrecida.
Esas formas de desarrollo mediante sectores ordenados de viviendas gemelas alineadas con rigor implacable en los márgenes de amplios viales rectos, asfaltados y flanqueados por filas de aparcamientos y aceras, a su vez perfectamente entrelazados entre sí - cardus con decumanus- cartabón mediante, no son lo que queremos para nuestros pueblos cuando decimos que queremos que lo sigan siendo. Tampoco serían viables. Ni útiles; no están entre sus necesidades prioritarias dotarse de espacios libres, ni de zonas verdes, ni de árboles injertados en el cemento, contados y medidos conforme a estándares pensados para quienes tienen que escapar de su entorno vital para disfrutar de la naturaleza. Eso que llaman los urbanistas calidad inderogable padece en los pueblos otras dolencias. Algunas irresolubles, que siempre fueron y que se han creado como necesidad, pretendiendo trasladar a donde no es posible, hábitos y comodidades consustanciales a la ciudad: Lo mismo que los desarrollos ordenados y planificados. Para vivir en un pueblo - o en una ciudad- se debe saber dónde se quiere vivir. Sentado lo anterior, el desarrollo urbanístico de los pueblos pasa por otro modelo.
Se propugna por los detractores del anteproyecto ceñirse a la rehabilitación, a la intervención en el patrimonio rural edificado y en su puesta en valor, evitando así el consumo de suelo, aprovechando un recurso reciclable. Una propuesta a considerar, desde luego, pero que no se propugna con el mismo entusiasmo respecto a la ciudad, pues nadie plantea abrogar el suelo urbanizable, es decir, el suelo rústico sometido a actuaciones de nueva urbanización con el que crecen las urbes, asentando en suelos periféricos y conurbaciones satélites a la lozanía que habría de reponer la decadente demografía de nuestras aldeas.
Una juventud que acude atraída por una oferta -inaccesible en el medio del que provienen- basada en un extraordinario consumo de recursos- de suelo, de energía y de agua-, demandados en un entorno apretado, que exige grandes obras y esfuerzos para el abastecimiento, para las comunicaciones, o para tener en la puerta de casa un sucedáneo de la misma naturaleza, previamente abjurada.
Nadie plantea esa solución radical para una ciudad, pero sí para un pueblo.
En ambos entornos habremos de procurar un equilibrio que no impida esos desarrollos y que sepa primar como propuesta atrayente la de la rehabilitación. Pero en el ámbito rural, esta alternativa se ve lastrada por un proteccionismo equivocado. La vuelta al uso conforme a calidades que hoy consideramos irrenunciables, ha de realizarse la mayor parte de las veces sobre edificios que se concibieron en el medio rural para responder a lo más austero que podían permitirse, antaño, gentes muy humildes, de costumbres sobrias y vidas frugales. La apuesta por la recuperación, no puede empecinarse en exigir condiciones que la harían inviable, con planeamientos, reglamentaciones y criterios que son también culpables del abandono, anclados en una concepción museística de la conservación del patrimonio etnográfico edificado: El promotor de la rehabilitación no es un expositor, es un ciudadano que al invertir sus ahorros pretende satisfacer dignamente sus necesidades tal y como hoy concebimos esa dignidad. Lo hace, además, superando dificultades añadidas y renunciando a comodidades, condicionado por lo preexistente, sin la libertad que goza edificando de nueva planta en la finca elegida. Es una cultura, un gusto, que no hemos promovido en nuestra sociedad y que hemos cercenado en el ámbito rural, obsesionados por conservar intangibles ciertos elementos materiales carentes de valor artístico, en sí mismos y en su disposición, que no eran sino la precaria expresión de la falta de medios y hasta de la miseria.
Preservar estas expresiones etnográficas de una cultura de subsistencia pasa por permitir profundas intervenciones, despreciando materiales inservibles, removiendo cimientos inestables, cambiando usos y adaptando el edificio a los posibles y útiles hoy, fomentando la conversión imaginativa y útil de espacios y fachadas, dejando a la vez, un ilustrativo recuerdo de lo que fueron y de aquello para lo que ya no sirven. La alternativa, es el abandono y la ruina.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.