Refugio

El otro día me invitaron a un club de lectura en el que veinte personas se reúnen para hablar sobre el libro que han leído. Lo curioso de la cita no era tanto la propuesta, una sanísima manera de pasar la tarde de un lunes ... reflexionando sobre la vida y sus órdagos, sino el lugar: el salón de un hotel de cuatro estrellas en El Sardinero. ¿Por qué aquí? Porque el salón no tiene televisión, me dijo la organizadora. Y acto seguido, abrimos el libro y hablamos y brindamos. Desde entonces me fijo en los lugares donde nos reunimos en nuestro día a día, y la mayoría tiene una tele colgando de una esquina, o en el centro de una estantería en el salón, o incluso es una pantalla desplegable que ocupa el fondo de un local si hay partido. Convivimos con ella, pero ¿somos conscientes de hasta qué punto mediatiza nuestra forma de estar juntos? Ayer, tras hacer por la mañana una entrevista en el salón de un céntrico hotel donde, por cierto, tampoco había tele, observé que la mayoría de los locales donde la gente se refugiaba de la lluvia, de la indolencia de enero o de la soledad, tenía la tele encendida y, además, emitía lo mismo: la última hora del ataque a dos iglesias en Algeciras, el mismo resumen en el rótulo, el gesto grave, la palabra islamismo en color alarmante. Cada vez llovía más, así que entré en un local a refugiarme. Todas las mesas estaban ocupadas. Había parejas conversando, otros leían el periódico desayunando. Entonces vi a un amigo y me senté felizmente con él, después de tanto sin vernos. Mientras nos poníamos al día, un grupo subió un poco la voz; oí entonces las mismas palabras del rótulo que había leído antes, frases cortas con su color alarmante, la conclusión resumida del hecho que los demás repitieron. Busqué entonces la pantalla. ¿Por qué vienes aquí?, le pregunté. Porque no tiene tele. ¿Seguro?