Secciones
Servicios
Destacamos
Uno. Cuando era niño a mi casa, como era tradición, venían los Reyes Magos. Unos días antes salía con algún familiar a ver los escaparates de las jugueterías de la ciudad (San Carlos, Juguetería Palacios, El Álamo y pocas más...). Luego, ya inspirado, con ceremonia, ... cogía papel y lápiz y escribía la carta a los reyes (siempre terminaba con: «Y lo que vosotros queráis»). A mi familia no nos llegaba Papá Noel (tampoco había árbol). En aquellos años a los niños se les regalaban juguetes en esa fecha y poco más, quizá un detalle el día del cumpleaños.
Con esos juguetes, no muchos y sencillos, jugaba todo el año y era muy feliz. Se lo aseguro. Nunca sentí la necesidad de más juguetes, nunca estuve frustrado por no tener el objeto precioso que exponían en el escaparate, nunca sentí envidia de lo que tenían otros niños. No solo era de fácil conformar, es que no me habían creado la necesidad de tener más y más objetos maravillosos (la maquinaria publicitaria era menos poderosa-influyente que la actual, la dictadura de las marcas y el cambio permanente de los productos no era tan apabullante).
Los tiempos han cambiado mucho y, hoy, los niños reciben muchos regalos y permanentemente: en navidades y en el resto del año. Los cuartos de los niños parecen una juguetería. En el afán de reglar a los niños se llega al absurdo de quemar etapas: al niño de pocos meses se le regalan objetos pensados para criaturas de 3 años, y claro, cuando cumple esa edad el regalo ya es como para 12 años.
¿Son más felices estos niños que tienen tantos juguetes? ¿Es bueno que todos sus caprichos y deseos sean satisfechos inmediatamente? ¿Les viene bien crecer entre algodones? Sospecho que saben mi respuesta.
Dos. Paso a un plano general. ¿Qué está detrás de las compras navideñas?
Por una parte, en todas las celebraciones se hace un consumo extraordinario: se come y se bebe más y mejores productos. También es común llevar presentes para contribuir a la celebración, para ser bien recibidos y para agradar.
Pero las actuales compras navideñas deben entenderse en un plano más amplio: la sociedad de consumo de masas. Los que vivimos en la sociedad de la abundancia compramos para satisfacer la necesidad de poseer y la necesidad de consumir. Nuestro modelo productivo y de vida se basa en: producir-vender-consumir. Detrás de estos vértices se encuentran otros elementos: 1. Producir el objeto y provocar el deseo de poseerle. 2. Usar y tirar. 3. Sacralizar lo nuevo (que se apoya en programar la ob- solescencia del objeto). En gran medida nuestra existencia se caracteriza por: comprar sin parar, consumir sin freno: por presión comercial, por presión social, simplemente por obsesión. Se ha invertido el proceso: no compramos para vivir (para satisfacer una necesidad y vivir mejor), sino que vivimos para comprar.
Compramos porque somos obedientes. Por mil altavoces la maquinaria comercial y publicitaria indica: «Compra, compra», «Aprovecha la oportunidad, compra y serás feliz», «Compra el nuevo objeto, es mucho mejor que el que ya tienes». Por otra parte, la imitación social presiona para que compremos muchos productos innecesarios. Incluso, el proceso de ir de compras se ha convertido en una actividad de ocio.
El consumo superfluo y compulsivo también se explica por un estilo de vida, por una forma de estar en el mundo. E. Fromm, entre otros analistas, señala que uno de los rasgos de la sociedad capitalista tecnológicamente avanzada es que el individuo, alienado, se preocupa más por «tener», en lugar de por «ser».
Tres. ¿Por qué regalamos? El regalo es un poderoso mecanismo de comunicación e implica un amplio sistema simbólico. Cuando regalamos comunicamos muchas cosas: me acuerdo de ti, quiero darte una alegría y satisfacer alguna necesidad o capricho, eres una persona importante en mi vida, te aprecio, y por eso he dedicado tiempo y esfuerzo en adquirir el regalo más oportuno. Por otra parte, el objeto regalado habla de quien lo regala; en primer lugar, como he dicho, muestra el interés y/o afecto por la persona a quien se obsequia, muestra el tipo de vínculo que une a las dos personas (hay regalos muy personales y, en el otro extremo, otros son anodinos); en ocasiones lo que se regala muestra la posición económica y el gusto-cultura del que obsequia.
Con alguna frecuencia, con un regalo se pide perdón; en otras ocasiones se pretende que el otro se quede en deuda, y en muchos casos responde a un compromiso social.
Los regalos son un instrumento de relación e intercambio social; con ellos se establecen vínculos y se refuerza la unión.
Lo sabemos: en Navidad, y en todas las épocas, el mejor obsequio es un abrazo, y este calor humano debe darse todo el año. Aprendamos a ser conscientes de lo verdaderamente valioso y, por otra parte, seamos consumidores críticos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.