Secciones
Servicios
Destacamos
Busco sus libros entre el pequeño caos de mi biblioteca de poesía, quién sabe si buscando alguna clave, algún conjuro, alguna compañía para tanta tristeza, para la desolación que envuelve la noticia «Ángel Sopeña ha muerto». Comienzo por el final, por esos 'Juguetes aplazados' que ... viera la luz en 2015, dentro de una colección que tantas veces se hizo eco de su voz, La Sirena del Pisueña. Abro al azar las páginas y en el poema 'Evolución de la mentira' me tropiezo con este primer verso: «Se extingue una flor extraña». Cierro los ojos y espero a que me guíen esas cinco palabras…
Una flor extraña. Endémica de Cantabria, aferrada a los grises, los azules y los verdes, a los silencios preñados de músicas amadas, a la contemplación, a la sonrisa afable y la mirada limpia.
Una flor frágil, como tiene que serlo quien trasciende al buscar y más allá de lo que dictan los sentidos consigue que el lenguaje penetre y dé sentido al alma verdadera de las cosas. Como tiene que serlo quien se deja inundar por la belleza y exprime la memoria para seguir respirando la vida, quien nunca se olvida del muchacho que fue y que tal vez, limpio y libre, no dejó de ser nunca.
Nos quedan como huellas de su paso por nuestras vidas sus pupilas azules, casi transparentes, llenas de tanta verdad, de sorprendente inocencia, de atinada curiosidad. Queda la música, que le daba maravilla y paz. Quedan los primeros encuentros con sus poemas, con sus libros, con ese estilo particular para perfilar las imágenes con las que daba vuelta a lo real y lo trasladaba a un espejo íntimo, delicado, sorprendente, las imágenes con las que te invitaba a bailar con la calma, a contemplar más lejos. Quedan los primeros encuentros con el hombre, a quien recibíamos como al hermano mayor en la poesía, siempre generoso, que acompañaba y sonreía, que había formado parte de nuestros primeros pasos desde los jurados de los premios en los que amanecimos. Quedan su cercanía, su ternura, esa paz infinita y, tantas veces, esas charlas en torno a lo humano y lo divino que ojalá hubieran sido más frecuentes, más largas.
Ángel Sopeña, esa flor rara que nos acompañó con su pericia y su criterio al descubrir a Gimferrer o encontrarnos de nuevo con Aleixandre. Que abrió camino y que supo caminar y crecer por un mundo que dolía y ante el que solo el amor, la verdad y la belleza le servían como armas. Ángel Sopeña, habitante de todas las grandes pequeñas aventuras que en torno a la poesía se han venido tejiendo en Cantabria durante los últimos cincuenta años. Ángel Sopeña, el profesor de talante y talento excepcionales que enseñaba a amar autores, lectura y libros.
Ángel Sopeña, apurando la fugacidad, bajo ese magnolio que se quedó solo para los vuelos de las mariposas, mientras las máscaras se ahogaban en el río y las estrellas lentas, las elegías, los retales, los aires, Santander, Torrelavega, la bahía, su bahía, se iban apagando como juguetes ya para siempre sin plazo y regresaba ya casi entre la niebla ese sueño, confesado alguna vez con pudor y en voz muy baja: Que la ciudad a la que tanta vida dio bautizara un callejón sin nombre, muy cerca de su casa, con el nombre de uno de sus grandes, hermosos libros: 'Tavesía del aire'. Ojalá.
Ángel Sopeña: Marido, padre, abuelo, amigo, profesor, maestro. Sobre todo poeta. Poeta mayor y amigo entrañable. Palabra imprescindible y duradera. Ángel, Ángel querido: Ya te estamos echando de menos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.