Secciones
Servicios
Destacamos
Uno. Todos los años me preguntan por el síndrome postvacacional. Lógicamente, siempre respondo de un modo semejante: se trata de un término pomposo para referirse a un suceso normal y comprensible: nos cuesta abandonar el paraíso de las vacaciones, de la libertad, de la ... ausencia de obligaciones y normas; se terminó la diversión permanente. Nos entristece despedirnos de familiares, de amigos, y también de paisajes. Hasta el color del cielo cambia, y para acompañarlo también se transforman nuestros vestidos: ahora son más oscuros, más serios, y más prietos: menos libres. Para que esté claro el comercio propone productos para ordenar la casa; sí, nos dice que después de un periodo de descontrol, regresemos al orden cotidiano, a la rígida racionalidad.
Y sí, a algunas personas se les hace especialmente cuesta arriba este regreso a casa y al trabajo: hay situaciones laborales y sociales duras, insatisfactorias, ingratas. Como consecuencia, en casos extremos, tener que enfrentarse a exigencias, responsabilidades, peleas laborales, y al atasco, y a las prisas, puede producir un «trastorno adaptativo».
Dos observaciones: 1º. Hay muchas personas que no han tenido vacaciones: la salud o la falta de recursos se lo ha impedido. 2º. Que mucha gente sienta opresión y malestar por el regreso al trabajo indica que esta sociedad ha organizado muy mal la actividad laboral.
Dos. Es común que al final de vacaciones se haga balance. Por una parte, compañeros de trabajo y amigos repiten la misma pregunta: ¿Qué tal las vacaciones? Por supuesto, la repuesta debe ser: «¡Fenomenal!». Y algunos aprovechan para demostrar que son afortunados, que han visitado el paraíso y han gozado de todos los placeres; este relato de éxito proporciona estatus social y quizá provoque envidia. ¿Cómo admitir que nuestras vacaciones no han sido tan maravillosas como las del vecino?
Es normal que evaluemos. ¿Se han cumplido nuestras expectativas? ¿Hemos hecho todos los planes que nos prometimos?: hacer deporte, leer libros, visitar a familiares, ir a mil espectáculos y fiestas, hacer excursiones, desconectar del trabajo (y aprovechar para estudiar)...; en definitiva, ser muy felices. Al poner el listón muy alto, en gran medida obligados por el mensaje que propaga la publicidad relacionada con el turismo, es habitual que ese balance produzca alguna insatisfacción. Como no se han logrado los ambiciosos objetivos algunos se sienten culpables, otros acusan a los que les han acompañado.
El problema de atender en exceso al pasado es que corremos el riesgo de que nos pase lo de la mujer de Lot, o podemos caer en la melancolía. Tienen razón los que repiten que hay que aprender de lo sucedido, pero obsesionarse con esos hechos es una patología. La experiencia debe servir para progresar y también para comprender el presente; pero si paraliza y no evolucionamos cometemos un error que impedirá adaptarnos a la realidad presente.
Tres. Al comienzo del ciclo se hacen proyectos, propósitos, se establecen metas: este curso será diferente al anterior, desde el primer día estudiaré, mañana me apunto al gimnasio, y también a la academia de idiomas, y no voy a pelearme con los compañeros y... Los humanos, sobre todo en la sociedad industrial, nos pasamos la vida planificando, proyectando. Tenemos sueños, ambiciones, queremos ir más allá. Desde pequeños nos han dicho que pensemos en el día de mañana. Nos han contado la fábula de la cigarra y la hormiga, y hemos escuchado alabar a los previsores.
Estas recomendaciones son oportunas, lógicas. Pero, como en todo, se corre el peligro del exceso: por preocuparnos mucho por el futuro se nos puede pasar vivir el presente.
Ángel González dijo: «Te llaman porvenir / porque no vienes nunca. / Te llaman: porvenir, / y esperan que tú llegues, / como un animal manso / a comer en su mano. / Pero tú permaneces / más allá de las horas, agazapado no se sabe dónde (...)».
Cuatro. Horacio propuso «carpe diem quam minimum credula postero» (aprovecha cada día, no te fíes del mañana). No hay que malgastar ningún momento, hay que vivir cada día como si fuera el último. Efectivamente, hay que estar atentos ya que la vida se nos va demasiado deprisa (Tempus fugit, dijo Virgilio; y Tomás de Kempis señaló: Sic transit gloria mundi).
En el Eclesiastés se dice: «Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa (...) Un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado (...) Un tiempo para callar y un tiempo para hablar». Pues eso, sin olvidarnos del futuro pongamos atención en lo que estamos haciendo, no desperdiciemos el presente. ¡Cuánto tiempo se nos va en naderías!
Concluyo. El vínculo entre los tres estadios del tiempo es estrecho, irrompible. Todos comprobamos que el pasado influye en el presente, y este se abre al futuro; del mismo modo que pensar sobre el porvenir condiciona la existencia. Por tanto, hay que volver a la sabiduría de los clásicos: «Nada en exceso».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.