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Europa se enfrenta a una situación de riesgo, sin la humildad de reconocer errores del pasado. La pandemia desatada por el covid-19, la carencia de componentes electrónicos, la dependencia energética y la invasión de Ucrania han trastocado completamente el ritmo vital de los europeos. ... La alarma suscitada ante la amenaza de reducción, en incluso de corte absoluto, del flujo de gas desde Rusia hacia Europa obliga a los países de la UE a adoptar medidas que palien la carencia de energía.
Es lógico que las primeras decisiones sean las que funcionan con respuesta inmediata: racionamiento del gas y la electricidad para evitar males peores. La UE, en su conjunto, adopta restricciones que reduzcan el consumo. Son recortes que frenan la producción y, en consecuencia, afectan negativamente al empleo. Ninguno de los dirigentes europeos está satisfecho con esta política que, sin duda, redundará en perdida de apoyos y votos. Hasta ahí todo normal. Se ajusta el cinturón porque no queda otra alternativa. Lo que no es tan normal es que no se haga un examen de las causas que han propiciado esta situación.
Los políticos europeos han sido víctimas de una intensa campaña propagandística lanzada primero de la vieja URSS, mantenida tras la perestroika y agudizada por Putin: Impedir que la Unión Europea alcance unos niveles aceptables de independencia energética. Durante décadas se desató una ola de movimientos conservadores para impedir el desarrollo de la energía nuclear mientras, en Rusia y naciones de su órbita, se activaban reactores nucleares con muchas menos medidas de seguridad.
Los primeros síntomas de la emergencia climática han servido para agudizar los problemas de los países democráticos. Europa se ha colocado a la cabeza de la carrera para eliminar los combustibles fósiles y para ello se ha convertido en dependiente del gas ruso o argelino. Mientras las naciones europeas suspenden los proyectos para construir nuevas centrales nucleares -con la excepción de Francia- y dejan de quemar carbon, los gigantes asiáticos como India o China las medidas para salvar el planeta se aplican con una graduación más sensata e incluso se obvian y se amplían las centrales térmicas alimentadas con carbón.
Ante la magnitud del desafío al que se enfrentan los países en los que la libertad individual se respeta y los derechos humanos priman, la respuesta es, realmente débil, decepcionante. Es necesario adoptar políticas inmediatas para atenuar en lo posible, las consecuencias de la dependencia energética, pero al mismo tiempo se deberían iniciar los proyectos para resolver el problema de fondo: La incapacidad de los países europeos de ser autosuficientes en materia de energía.
Europa, y España en primera línea, deberían renunciar, de inmediato, al cierre previsto de las centrales nucleares existentes e incluso activar proyectos para construir nuevos reactores. La prohibición del fracking, reiterada por el PP de Cantabria hace días, debería someterse a un estudio realista. No tiene lógica que importemos gas desde Estados Unidos obtenido mediante fracking, mientras nos negamos a averiguar si en España tenemos reservas de gas.
La sequía de este verano, que recuerda aquellas frases del franquismo inicial, «la pertinaz sequía», pone en evidencia el error de no haber abordado a tiempo una política hidráulica lógica y coherente. Desde la década de los setenta del pasado siglo, cincuenta años, no se ha construido en España un solo pantano a pesar de la necesidad de guardar reservas de agua. Tampoco se ejecuto el plan hidráulico que permitía aprovechar el agua del río Ebro, que ahora se va al mar sin prestar utilidad alguna.
En la energía eólica se han producido avances y en ese camino se debería profundizar. Vemos como en Cantabria la feroz oposición de una minoría ha impedido el desarrollo de los parques eólicos. España, junto a otros países europeos, se encuentra bajo los efectos de una doctrina ambiental maximalista que paradójicamente no aplican quienes la instigan.
Para superar la crisis energética es preciso navegar a remos pares: Con un remo impulsar las restricciones urgentes que eviten el colapso y con el otro iniciar las políticas necesarias para que en un plazo de cinco años sea posible reducir sustancialmente la dependencia que ahora padece Europa, para abastecer de energía a sus industria y sus hogares.
España anuncia medidas en torno al programa de reducción de consumo, pero ni un gesto para abrir el camino hacia una menor dependencia del gas argelino o norteamericano. Los frutos de los planes para mantener activas nuestras centrales nucleares necesitan tiempo y no digamos construir nuevos reactores. Por ello urge comenzar. De lo sucedido se debe aprender y olvidar las injerencias y las intoxicaciones de los países que quieren una Europa dependiente y débil.
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