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Aunque la mayoría de los españoles no ha cumplido con el anuncio de Pablo Iglesias según el cual la conversación familiar en estas fiestas giraría ... sobre la dicotomía entre monarquía y república, lo cierto es que desde los partidos independentistas y la extrema izquierda el debate sobre el modelo de Estado está abierto y no es adecuado ignorarlo, sino por el contrario analizarlo. El razonamiento sereno y transparente es la mejor forma de ahuyentar fantasmas, deshacer prejuicios y encontrar la verdad.
El primer trampantojo que se debe sortear es el de ver la diferencia, en el plano real, entre una monarquía democrática, constitucional y un sistema republicano. Si se presupone que se trata de que en lugar de un rey sea un presidente elegido por el pueblo quien ocupe la jefatura del Estado, la diferencia es mínima. Únicamente reside en la capacidad de renovar al representante del estado cada cierto periodo de tiempo. Pero en el plano del funcionamiento del sistema, es idéntico: El poder estará en los diputados y senadores elegidos por sufragio y el presidente de la República se limita a una función representativa, más o menos como la actual monarquía española.
Si se quiere modificar el esquema habrá que recurrir a modelos como el de Francia, en el que el presidente de la república tiene atribuidos muchos poderes mientras que el jefe de gobierno queda parcialmente subordinado. O bien mirarnos en el espejo de naciones constituidas como repúblicas federales, Alemania es un buen ejemplo, en las que el presidente de la república se limita a un papel representativo, sin poderes específicos.
Queda claro que modificar la Constitución para que España sea una república no modificaría nada sustancial porque, de facto, nuestra nación es ahora una república con la única diferencia de que quien la preside es un rey y que el cargo se hereda.
Sobre esta base es preciso estudiar las propuestas de quienes con más fervor reclaman la llegada de la república: la extrema izquierda representada por Unidas Podemos y los diferentes partidos independentistas. La pregunta es sencilla y la respuesta obvia: ¿Aceptarían los dirigentes de Esquerra Republicana de Cataluña, la CUP, el PNV o Bildu, una república como la francesa mucho más centralista que la actual monarquía española? Es evidente que no. Los antecedentes históricos nos muestran como el independentismo catalán se sublevó contra la II República para proclamar la independencia o como la extrema izquierda se alzó en armas, con una violencia extrema, en diferentes lugares, en Asturias de modo singularmente sanguinario.
Es preciso entender que las propuestas de transformar el sistema constitucional español, perfectamente homologable con países de acendrada tradición democrática como Gran Bretaña, Suecia, Holanda, etc., en una república es un simple pretexto para demoler España. Lo que realmente quieren los más acérrimos defensores de la república no es transformar el régimen y proclamar la república, sino quebrar España y proclamar unas cuantas repúblicas en Cataluña, País Vasco y Galicia. No tratan de convertir la democracia constitucional española en una república, sino en colmar a su anhelo de construir una mini nación catalana, vasca, gallega... y una vez abierto el proceso seguir por Andalucía que tiene más territorio y habitantes.
Mostrar la república como señuelo es la estrategia de quienes pretenden desmembrar España para construir una serie de 'republiquitas' insolidarias, en las que los más ricos no compartan con los que se han visto preteridos en el desarrollo. El sistema republicano permite la alternancia en los gobiernos tanto cuando los votos se inclinan a la izquierda como a la derecha, es decir tal y como sucede en el presente en España. Los graves problemas de convivencia en la década de los años treinta del pasado siglo hunden su raíz en la no aceptación primero por las izquierdas del resultado electoral y después por las derechas.
El reto al que se enfrenta España y que condiciona el presente y el futuro inmediato es el del independentismo, que no quiere una España ni monárquica ni republicana, sino lograr el objetivo de trocear el país en varios cantones. Una España republicana en la que todos, como sucede en Francia, Alemania, Italia, etc. respeten la integridad territorial de la nación, asuman la bandera y el idioma como propios no es lo que reclaman quienes hoy predican las virtudes del sistema republicano. Es más, eso es lo que quieren destruir.
Es posible que la mejor medicina para curar los pruritos separatistas sea exponer de manera pedagógica e insistente la realidad de los países republicanos. Y este año, en el noventa aniversario de la proclamación de la II República española, será terreno abonado para el debate.
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