Y resulta que Gorgorito tenía un precio
LA TIERRA DORMIDA ·
Llevar los títeres al teatro es matar una fantasía en la que los niños se adueñan de la calleSecciones
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LA TIERRA DORMIDA ·
Llevar los títeres al teatro es matar una fantasía en la que los niños se adueñan de la calleDesde 1966, el Maese Villarejo, abre su baúl titiritero durante las fiestas patronales. De él, saca a Gorgorito, a Rosalinda, a la bruja Ciriaca y ... a su colaborador, el lobo Dientes Largos, y propone a los niños una lucha a garrotillo para que el bien venza al mal. Los pequeños, rápidamente, se alinean con Gorgorito -mofletuda marioneta- un niño de siete años, de pelo moreno y sonrisa perpetua, que representa el bien. Tiene la virtud de no envejecer. Camina indefectiblemente hacia los 80 años de vida con su particular piedra filosofal, ésa que en vez de convertir en oro el innoble metal, hace de la vida eterna infancia. Hasta los sesentones, tenemos en nuestro acervo infantil, las luchas incruentas del héroe Gorgorito -la emoción que nos hacía morder las uñas por miedo a que ganara la pérfida Ciriaca- sentados en el suelo de la entonces avenida de Calvo Sotelo, en La Llama, en la Plaza Mayor, en la calle Santander, en el boulevard...-
Los títeres, como los cantos de los trovadores, o los relatos de gesta de los juglares, pierden sentido si son sacados de las plazas de los pueblos y villorrios, donde, otrora, los vecinos se arremolinaban para conocer heroicidades, maldades y ajusticiamientos. Las representaciones de títeres forman parte de la escena festiva urbana, de ese provincianismo positivo que nos apega a lo que realmente somos y nos sentimos: una comunidad. Es un verdadero espectáculo ver en las calles a cientos de niños riendo, llorando o gritando, tan fuerte, que despiertan en nosotros recuerdos incrustados de la feliz infancia. Forman parte de la bondad de una sociedad que, afortunadamente, nunca pone precio a la sonrisa de un niño. A su alrededor, los abuelos, vigilantes, se sumergen en los mismos afanes que sus pequeños, vibrando con las gestas inexistentes de un valiente que siempre vence a garrotazos en mil historias. Gorgorito es un héroe que consigue para sí la complicidad de los niños que le ayudan, conminándole a que actúe, o alertándole cuando los malos tratan de sorprenderle. La decisión del equipo de Gobierno de Torrelavega de llevar al Teatro Concha Espina este espectáculo de calle, es cambiar la sombra bajo los árboles por las sombrías bambalinas, poniendo precio -un solo euro- a esa exhibición pública de bondad, sabiduría, ilusión y sencillez de la infancia. Es un poco matar parte de una historia de fantasía en la que los niños son protagonistas absolutos en las calles. Es casi imposible tratar de ser originales desde que las fiestas patronales, con el binomio López Marcano-Herreros de las Cuevas, lograron llevarnos en los años 90 a cotas de sorpresa irrepetibles. Pero hoy el din es más señor que el don y, cuando lo tenemos peor, cuando la economía rompe en fondo de los bolsillos, llaman a pagar por lo que, cuando éramos ricos, fue de balde.
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Ana del Castillo
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