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Con el verano el españolito tiene la tentación, y en ocasiones la oportunidad, de lanzarse al turisteo nacional. Y entre paella, sablazo y sangría, visita pueblos y deambula por nuestra vertebrada patria. Y aunque somos gente de demostrado aguante, cuando la madre naturaleza o la ... vejiga llama... pues hay que echar el freno. Y es entonces cuando comienza la odisea, la estupefacción o el enfado. Si tenemos la ocurrencia de echarnos a nuestras carreteras, autovías, incluso a las autopistas de extorsión, o pago, tal vez caigamos en la tentación de detenernos en una «P», (efectivamente de parada, área de descanso o remanso de paz). Entonces, nos creemos a salvo. Justo tras aparcar, cuando la naturaleza aprieta más desbordante, pueden ocurrir varias cosas. O bien el remanso de paz se limita a un territorio con asfalto, árboles que darán sombra para las Olimpiadas de Madrid y una rebosante papelera, o bien, por suerte, fortuna o mero azar, descubramos esa rara avis de edificación de hormigón, que creemos identificar con unos baños. Nos las prometemos muy felices y nos proyectamos raudos y veloces, impelidos por el cercano desbordamiento con nuestras veraniegas sandalias. Al instante descubrimos que mejor nos hubiera venido traer katiuskas, y que una mascarilla tampoco era mala idea. Pero no te queda más remedio que desaguar. Y mientras sales, te avergüenzas del país, de sus gentes y de su calaña gobernante, porque en letrinas como esa no hay quien entre.
También por nuestros baños públicos nos conoceréis. Y eso, que si no recuerdo mal, Hispania tiene a lujo ser un país consagrado al turismo. Todo por el 'guiri'. Pero tras llegar a cualquier pueblo, encontrar un baño público es una tarea tan detectivesca como normalmente desafortunada. Las aplicaciones móviles para buscar baños públicos en los alrededores de nuestra ubicación-porque haberlas haylas, Toilet Finder o Flush- en España lo tienen más que complicado.
Un baño, aunque sea público tiene, como premisa inicial, que existir, y después, si logramos el nada fácil supuesto inicial, que estar limpio, ser de uso sencillo y con cierta intimidad. Es decir, una quimera ibérica. Viajando a menudo por Iberia te das cuenta de que los váteres públicos brillan por su ausencia y los que existen no tienen un pase, tanto por la falta de mantenimiento como por la carencia de educación del personal patrio. Excepciones siempre habrá. Pero el común de nuestros excusados no tiene excusa.
A la sombra de la experiencia, tendré que seguir entrando en el bar y, disimulando que mi verdadero objetivo está al fondo a la derecha, pedir un café. Con todo, a menudo cuando ya creo mi objetivo cumplido, a marchas forzadas resulta que me toca descifrar esos extraños jeroglíficos sobre las puertas que intentar representar a un hombre o una mujer. Y no siempre lo resuelvo. Lo que hay que aguantar.
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