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«La ciencia más difícil de todas es la Historia de España, porque se lleva estudiando quinientos años y todavía no hay conclusiones claras», decía a sus discípulos el sobrino cántabro del machadiano profesor de retórica Juan de Mairena. «Esto hace», añadía, «que la clase ... política carezca de guía segura en una visión del pasado nacional, y que por consiguiente se líe de mala manera, con resultados escabrosos». «Ni los más ardorosos enemigos de España ni los más entregados amantes parecen verla bien: el amor nubla la vista tanto como el odio, como advirtió Erasmo de Rotterdam en su 'Elogio' de la tontería», explicaba.
«Un buen amigo mío, canónigo de una conocida catedral, a veces me porfía esto, y asegura que la Teología es ciencia aún más difícil, pues se lleva estudiando el cuádruple de tiempo y no ha llegado ni a la cuarta parte de las conclusiones que la Historia de España», agregaba con picardía el pariente jándalo de Mairena. «¡Ustedes me dirán cuál es más misterio!», reía.
Volviendo a la realidad de la ficción: Antonio Machado ponía en 1936 en boca de Mairena esta consideración, sobre la debilidad del progresismo en España y la potencia de las inercias tradicionales: «Nuestros políticos llamados de izquierda, un tanto frívolos –digámoslo de pasada–, rara vez calculan, cuando disparan sus fusiles de retórica futurista, el retroceso de sus culatas, que suele ser, aunque parezca extraño, más violento que el tiro». Esta observación histórica del gran poeta-filósofo andaluz puede generalizarse en el plano sociológico. Aquellos que no saben calibrar la tendencia de fondo de una comunidad pueden causar con su retórica el efecto contrario al que pretenden.
Las elecciones generales del pasado domingo nos han situado a un mismo tiempo en la prevención de riesgos laborales de los fusileros de Machado y en la observación mordaz del imaginario sobrino montañés del imaginario Mairena. La España «de fondo» ha provocado un golpe de retroceso a las descargas de muchos decibelios de oratoria nacionalista española, que movilizaron a los temerosos, no tanto de fantasmas del pasado como de fantasmones que se ven en el presente por Europa. Por otro lado, el enigma de España persiste. Para obtener su mandato, los socialistas tuvieron que prometer las líneas rojas de 'Constitución y no autodeterminación'. Sin embargo, el sudoku es casi imposible: modificar la arquitectura democrática con Podemos y ERC en contra del centro y la derecha abriría una grieta significativa en el consenso constitucional de 1978, con media España apostando a un futuro revisionismo; y si no se modifica, tampoco se aprecia cómo podrían volver al redil de la convivencia los que se han echado al monte con sus propios fusiles retóricos estelados.
¿Cuál es la tendencia de fondo? Para verla tenemos que borrar los límites de las circunscripciones provinciales y ver el país en su conjunto. La suma de PP, Ciudadanos, Vox y Navarra + supuso un 43,2% del voto, frente a un 43,6% resultante de agregar PSOE, Podemos, En Comú Podem y Compromís. Muy igualado, pero el grupo de la izquierda sube cuatro puntos respecto de 2016, mientras que el de la derecha pierde tres. Junto a estos dos grandes bloques, hay casi un 10% aglutinado por nacionalistas catalanes, vascos, canarios y gallegos, donde las posiciones van desde el independentismo de los primeros hasta las más variadas formas de soberanismo de otros, y el colaboracionismo de los del archipiélago. Aunque en realidad Coalición Canaria y Partido Regionalista de Cantabria tienen más en común, como planteamiento de interés local a cambio de gobernabilidad.
La tendencia de fondo es, por tanto, la articulación de la izquierda con los nacionalistas y regionalistas periféricos, que suma aproximadamente un 53% de la población votante, pero teniendo en cuenta que la oposición es sólida, pues ocupa el 42,5% de los escaños del nuevo Congreso.
Si bien una coalición entre PSOE y Ciudadanos sumaría mayoría absoluta, con un 51,4% de los escaños, en voto popular se reduciría a un 44,5% y podría ser, en términos de opinión pública, insuficiente para evitar las cornadas de los toros adversarios. Además, a solo 0,84 puntos por detrás de los populares, a los riveristas les apetece buscar el 'sorpasso'. Los deseos del Ibex no coinciden demasiado con el sentimiento de los españoles.
La tendencia de fondo es, por tanto, conciliación de lo social y lo territorial. Desde el primer lado, altas son las expectativas de Podemos, que requiere presupuesto expansivo y solo se puede financiar con mucha carga fiscal. Desde el segundo lado, no menos elevadas parecen las esperanzas de catalanistas y vasquistas: referéndum, co-soberanía, y fórmulas varias de alteración del estado autonómico actual. Así pues, España pide conciliación, pero no da números claros para ella. Cualquier deriva territorial podría trasvasar voto templado socialdemócrata hacia el centro. También lo haría un empeoramiento de la situación económica y laboral, achacable a un mal manejo del presupuesto por la izquierda. La clave está, no en el PRC y su meritorio escaño, sino en el bloqueo mutuo entre nacionalismos pequeños y grandes. Es un asunto entre dos barceloneses, Rivera y Junqueras, por lo que es de temer que no se solucione.
Podríamos escrutar tendencias machadianas también en las autonomías. Cataluña rechaza tanto otra DUI como otro 155. Los adeptos a lo primero han recibido solo el 39% del voto catalán, aun subiendo siete puntos; el retroceso de fusil les ha reportado a los segundos un 20%, cuatro menos que en la anterior cita. La centralidad anda en el 38% que quiere mediar, aunque ha bajado dos puntos. Los grandes colectivos son secesión y socialismo federativo, con un quinto de unionistas. No hay mayoría para nada. La gente tiene que desencastillarse.
En Cantabria, el centro y la derecha han caído grosso modo del 55% al 48%, mientras la izquierda ha pasado del 41% al 35%. Esta pérdida respectiva de siete y seis puntos explica el resultado regionalista. Aun hipotéticamente acumulado este a la izquierda, daría un ajustado 49-50%. La opinión de fondo se mantiene moderada ante lo social y lo territorial.
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Ana del Castillo
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