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Hay quien estima que las revoluciones ruidosas no son sino el momento de manifestación de revoluciones silenciosas que se han venido produciendo antes. Entre estas últimas debemos consignar los cambios de estructuras económicas, sociales, culturales. A veces esas modificaciones tienen su origen en choques o ... crisis, que trastocan el orden previo. Uno tiene que sentirse de acuerdo con esta percepción cuando observa, por ejemplo, el mercado de trabajo de Cantabria de esta primavera de 2019 y lo compara con el de 2009 por las mismas fechas. Sin necesidad de acudir a una acumulación enojosa de porcentajes y numerologías, de fácil acceso en los portales de internet de los institutos estadísticos, lo que va emergiendo es un perfil de región que nos suscita no pocas dudas y las consiguientes preguntas, porque es muy diferente de lo que hemos conocido durante años.
Dato inmediatamente patente: hay menos gente disponible y menos gente trabajando que hace una década. Este fenómeno se concentra bastante en las generaciones más jóvenes y en los varones. Por un lado, el leve aumento del empleo femenino no logra compensar la pesada caída del masculino; por otro, los cántabros entrados en años forman una parte cada vez más relevante del conjunto de la población que trabaja. No abundan las oportunidades para los jóvenes. La masa trabajadora peina canas. Eso también significa que los cántabros sin empleo en su madurez es muy probable que lleguen con la hoja laboral en blanco hasta una jubilación justita.
Todo esto guarda relación con un desplazamiento sectorial que parece difícil de arreglar, si es que se debe arreglar. El incremento de la ocupación en el sector servicios, aunque no es suficiente para compensar lo mucho destruido en industria, construcción y agricultura, sí que desplaza el tipo de trabajo predominante. Si hace diez años dos de cada tres cántabros trabajaban en los servicios, ahora lo hacen tres de cada cuatro. La producción de bienes materiales, mercancías, es cosa de cada vez menos brazos y más máquinas.
Esto, a su vez, se halla conectado con un cuarto desplazamiento, que añadir a los de la edad, el sexo y el sector productivo: se trata de un aumento del peso del empleo público y una reducción de la trascendencia del privado, contrastando con lo que es la cifra media española. Es decir, feminización, «maduración» y hegemonía del servicio son en parte consecuencias del incremento del funcionariado dentro de la economía cántabra. Si en 2009 había cinco empleados privados por cada uno público, ahora hay muy poco más de cuatro. El aumento del sector servicios no ha sido generalizado, sino limitado a servicios públicos y a ciertos subsectores privados dependientes del optimismo hispano, como el turismo y la hostelería, que por otra parte son estacionales y con mucho empleo irregular.
Estas son revoluciones sigilosas: demográficas, generacionales, de cultura vital. Por más que se hable de emprendimiento y se financien estudios y programas, lo más sensato es, a ojos de muchos hogares, lo que hacen miles de cántabros cada año: atestar las academias para preparar oposiciones y convertirse en empleados públicos. En otras épocas se buscaba un pequeño negocio o 'colocarse' bien, pero ahora, con excepciones cada vez menos numerosas, el horizonte laboral de muchas familias es alguna administración. Pues toda administración lo es hoy de lotería… laboral.
La palabra 'recuperación' es un tanto engañosa. La nueva ronda de EREs en los bancos recuerda que una cosa es volver a las cifras de negocio y otra a las de empleo o condiciones anteriores. La recesión no solo acabó con aquella línea de interminable ascenso iniciada con la entrada en el mercado común europeo en 1986, sino que sirvió como catalizador de revoluciones muy profundas que las alegrías del euro estaban disimulando. La 'recuperación' ha sido más bien una gestión de estas mutaciones estructurales. No es un 'volver', sino un 'inventar'.
Si tomamos este perfil de Cantabria tan inquietante en lo relativo a la juventud, a muchos sectores productivos y al nivel de emprendimiento, casi se sugieren por sí solas unas líneas estratégicas que a cualquier gobernante se le tendrán que aparecer como no opcionales. Parece urgente incitar una mayor dimensión del empleo privado, con servicios menos estacionales, con una industria sólida y contratadora, y con nuevos tipos de aprovechamiento del potencial rural de la región. Si permitimos que la economía entre definitivamente en un escenario predominante de gente de edad que es o funcionario o jubilado, ya darán igual los planes estratégicos que se redacten y los trenes o autovías que se vayan a construir en un lejano futuro: habremos creado una estructura casi imposible de gestionar con autonomía.
Pero promocionar la economía privada requiere acciones más ágiles que las que en ocasiones se presencian. ¿En qué ayudaría, por ejemplo, a esta necesidad retrasar años y años planes urbanos que ya van retrasadísimos, como los de Santander y Torrelavega? ¿Qué inversiones se activarían con tales dilaciones? Y es que incluso la 'vía rápida' oficial para apoyar iniciativas, como son los PSIR o proyectos singulares, se está convirtiendo en 'vía lenta', con tramitaciones tortuosas y casi siempre judicializadas, en interminables contenciosos que llegan prácticamente hasta la ONU.
El socarrón fantasma de Cambridge me dijo una vez que la diferencia entre la religión y la política económica es que en religión nadie promete milagros, pero todos los esperan, mientras que en política todos prometen milagros, pero nadie los espera. Para promover el pequeño emprendimiento y el consumo que lo consolida, la presión fiscal tiene que ser moderada, lo que a su vez significa que el gasto público tiene que basarse en la idea de gastar mejor, no simplemente más. Necesita innovación. Puede haber programas que requieran más fondos; pero seguramente no todos. Y la inversión pública sigue siendo tractora, por lo que sacrificarla, como se viene haciendo, en el altar de un cómodo gasto corriente parece poco responsable. Mucho menos si vamos a una estructura demográfica y laboral tan rígida como nos sugiere esta comparación de grandes cifras del trabajo al cabo de un decenio. Entraremos en una hiperdependencia incorregible cuando se conjunten la legión de jubilados del 'baby boom' y la falta de economía privada para la juventud. Lo que hoy pasa en nuestros campos pasará mañana en las ciudades, que ya empiezan a vislumbrar zonas zombies, manifestación epidérmica de revoluciones sigilosas.
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