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Hace años, según los convenientes eslóganes autocráticos al uso, la autoridad era competente; el ciudadano, ejemplar; el maestro, abnegado; el funcionario, probo; el estudiante, aplicado; el matrimonio, indisoluble y la Virgen, purísima doncella. Pero los tiempos son otros y las circunstancias también, aunque hay cosas ... que nunca cambian. La autoridad no era competente entonces ni lo es ahora, entendiéndolo como capacidad, cualificación suficiente y eficacia en el cargo. Las excepciones solo confirman la regla, mas lo que persiste, incluso en asuntos menores, es el absurdo privilegio, la asistencia gratuita a espectáculos públicos, por ejemplo, cuando el sueldo sobra para pagar el taco de entradas que los dan. Unamos a ello el aparcamiento reservado y la mala imagen que ofrece su ausencia al ver butacas vacías cuando, en teoría, se agotaron las localidades.
Ahí está el suceso reciente en el Palacio de Festivales de Santander. La obra realizada en el exterior es un homenaje al despropósito en lo que al suelo se refiere. En lugar de recibir el aplauso de los habituales portadores de botafumeiros, lo suyo hubiera sido correr a gorrazos, y no parar hasta Burgos, a los autores de un diseño vanguardista y elegante que castiga al transeúnte y lo invita a la retirada estratégica hacia pavimentos más placenteros y lisos. La unión del Palacio con la Fundación Enaire a través de esos adoquines puntiagudos e irregulares hace intransitable el paseo, y si bien existe el riesgo de cualquier modo, se desaconseja especialmente la andadura con zapatos de tacón alto porque la lesión está asegurada. Al dinero gastado en algo tan vistoso y poco práctico se suma la eliminación de cincuenta y cinco aparcamientos. Por ahí vino el lío.
Sábado, 7 de enero. Falta media hora para el inicio del evento. Actúa el ucraniano Ballet de Kiev, pone en escena 'El lago de los cisnes' y el aforo de la sala Argenta, vendido o regalado, roza el lleno absoluto. Varios coches llegan al aparcamiento. No hay sitio. Cómo va a haberlo si entre las plazas anuladas, las que se reservan a la autoridad -el parking superior tampoco es utilizable- y quienes entran sin control, apenas queda espacio. Vueltas y más vueltas. Uno de los conductores ve un hueco. Ahí deja el coche, y que pase lo que tenga que pasar. Es la señal. Las plazas de los políticos se toman al asalto. De nada sirven las advertencias ante el cabreo de la gente. Con el cartel de completo, se corta el acceso, lo que da lugar a protestas, voces airadas y algún insulto. Así, hasta la próxima revuelta, ya al caer. Está claro que la autoridad no es competente.
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