Revulsivo generacional
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ENTRE LÍNEAS ·
El juramento de Leonor es un gesto de normalidad constitucional que proporciona una imagen de renovación a la monarquía parlamentariaNoviembre será el mes de la investidura, si no hay una sorpresa sobrenatural. Hacia mitad de mes, en torno al día 11, el Día del Armisticio que selló el fin de la Primera Guerra Mundial entre Francia y Alemania, Pedro Sánchez será reelegido presidente. Toda ... una metáfora en estos tiempos bélicos que corren y que reproducen algunos endémicos conflictos enquistados en el mundo. Habrá pacto de investidura, que nace con vocación de estabilidad, aunque hoy parece pura ciencia-ficción.
Y Sánchez, a trancas y barrancas, seguirá en la Moncloa tras un complicado pacto que nos hablará de la reconciliación y de pasar la página de los viejos odios. Veremos a qué precio y con qué narrativa. La derecha nos habla, mientras tanto, del estrepitoso derrumbe de la idea de la nación española, pero la insistencia machacona en esta versión melodramática la termina por devaluar.
Se podrá criticar con dureza la ley de amnistía, pero no parece que una mayoría de españoles sienta de verdad que España haya desaparecido; ni crean siquiera que ese peligro exista; de hecho, el sentimiento independentista en Euskadi y en Cataluña ha bajado a mínimos históricos, aunque ahora tenga la llave de las mayorías, por aquello de la aritmética parlamentaria, la tengan los secesionistas.
España abrirá un nuevo ciclo bajo un furioso enfrentamiento de bloques que interpela a nuestra historia, como en la canción de Ana Belén que recuerda a Blas de Otero: «¿Quién puso el desasosiego en nuestras entrañas?». En este contexto el independentismo sigue empeñado en ver «muy verde» el acuerdo de investidura, pero es previsible que este pesimismo forme parte de la escenografía negociadora y de su presión táctica. La cuerda se tensa hasta el final para optimizar los beneficios.
Ahora bien, se equivocarían los independentistas si pretendieran humillar a su adversario y forzar una dialéctica entre vencedores y vencidos que solo genera un campo abonado de resentimiento y que, en este caso, haría imposible el entendimiento. Pero pueden encontrar un territorio creativo, conscientes de que la operación de la concordia en Cataluña requiere cerrar heridas profundas con empatía y con inteligencia. No es imposible.
En este escenario se enmarca el juramento constitucional de la princesa Leonor el próximo martes como heredera al trono que cumple su mayoría de edad. Un acto protocolario y solemne que pone en valor el respeto a la institucionalidad y que, incluso, debiera trascender las simpatías monárquicas o republicanas. Porque representa la normalidad y la estabilidad constitucional, algo que no ha sido precisamente frecuente en la convulsa historia de España. Solo por eso encierra un significado positivo.
Nos encontramos ante un momento único y ante una operación de recambio generacional que puede ser una excelente oportunidad para que la monarquía parlamentaria, que registra un evidente déficit de adhesión entre las nuevas generaciones, frene ese desgaste por la fatiga de materiales y recupere la conexión con sectores de la sociedad española.
En este paisaje tan volátil se encuadra esta ceremonia en el Congreso. Un acontecimiento histórico que va a proporcionar una importante baza de notoriedad y protagonismo. La monarquía parlamentaria tiene sentido cuando es útil para un país. Para ello su obligación es ganarse la confianza día a día y dar más pasos en la transparencia y en la proximidad a la ciudadanía. La institución atravesaba una serie crisis de identidad, con el emérito en el ojo de las numerosas críticas por un pasado de escándalos económicos.
Sin embargo, la llegada de Leonor al escenario público le proporciona frescura y otorga a la Corona un papel novedoso que puede ser un antídoto frente a los peligros que la acechaban. Una especie de revulsivo nórdico, con una princesa joven, que cambia la estética y visualiza un recambio en la forma y en el fondo que no van a pasar desapercibidos.
Por eso no acudir a los actos en el Congreso como han anunciado todos los nacionalistas no solo es una exhibición de mala educación o de descortesía, sino un error político de primera magnitud. Los independentistas sobreactúan en su desprecio hacia la jefatura del Estado porque confunden su legítimo sentimiento republicano con la aceptación de las reglas de juego. Pero hubo un día, no era tan lejano, en el que los nacionalistas de centroderecha le bailaban el aurresku y la sardana a la monarquía. Tenemos una memoria frágil y demasiado selectiva.
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