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Somos ricos, o eso parece cuando vemos diariamente en los medios de comunicación noticias que dan cuenta de antiguas decisiones cuya corrección supone ahora cantidades ingentes de dinero para el erario público. Si queremos conocer a los responsables de las mismas nos encontraremos con una ... maraña de organismos, en los que los políticos y los técnicos que en ellos intervinieron quedan enmascarados sin aparente responsabilidad, con lo que, al final, somos los ciudadanos de a pie los únicos que ponemos el dinero necesario para corregir los correspondientes desaguisados.
Así, nuevamente, vuelve a la actualidad el tema de la depuradora de Vuelta Ostrera la cual, construida hace ya catorce años, presta unos servicios extraordinarios a la amplia comarca a la que sirve, pero que tuvo la desgracia de ser ubicada unos metros abajo de donde, según parece, debiera haberse construido para no incidir en un espacio sensible desde el punto de vista del medio ambiente. Esta incorrecta ubicación, según sentencia firme, obliga a tener que derribar la planta construida y buscar un nuevo emplazamiento, el cual, según el Ministerio competente en la materia, podría estar a tan solo 300 metros del actual. Tal cambio, probablemente, no sería apreciado por quienes conociendo la actual planta se ausentasen ahora de nuestra región y al regresar, dentro de unos años, la observen en su nueva ubicación. Lo que seguro si les parecerá un escándalo son los más de 87 millones que costará este ligero desplazamiento, que vendrá a sumarse a los 24 millones que costó en su día la actual instalación y que ahora serán tirados a la escombrera. Repuestos de la sorpresa inicial que tal despropósito les suponga es fácil que esos viajeros pregunten: y el dinero para pagar tal operación, ¿quién lo puso? Bueno, eso no fue problema, le responderán. Era dinero público y, como bien se sabe, el dinero público no es de nadie, así que no hubo de que preocuparse.
Y la playa de La Magdalena, ¿cómo está?, es posible que pregunte también otro hipotético viajero que marche ahora de Santander y no vuelva a tener noticias de nuestra ciudad en un largo periodo de tiempo. Claro que si tal pregunta se la formulase a quien por su edad no hubiera tenido ocasión de conocerla en su estado actual es fácil que respondiese, ¿qué playa?, en La Magdalena no hay ninguna playa. Repuesto de la sorpresa el interpelante volvería a preguntar, ¿y los espigones?, ¿no resolvieron el problema los espigones que hicieron para proteger la playa? Llegado a este punto el joven interpelado seguro que tiraba la toalla y decía eso de «este tío está loco», ¡pues no habla de una playa en La Magdalena y unos espigones que la protegen! Claro, que más sorprendido se quedaría cuando preguntando a sus mayores se enterase de que, en efecto, allí había habido una magnífica y resguardada playa en la que muchas generaciones nos habíamos bañado y que ante la destrucción paulatina que estaba sufriendo los técnicos que sabían de esas cosas habían aconsejado construir dos espigones, al estilo de otros similares que hay en muchas playas de nuestro país, y que se llegó a construir uno completo y se preparó el material para el segundo, pero que unos políticos, no se sabe con que asesoramiento técnico, decidieron no construir el segundo y retirar el primero. Pero eso costaría mucho dinero, diría el sorprendido joven. Va, será por dinero, le contestarían sus mayores. Era dinero público, por tanto era dinero que no era de nadie.
Repuesto el joven de su sorpresa inicial es fácil que ya lanzado preguntase: ¿Es verdad que, en esos años, se tiraron gran cantidad de viviendas, una vez construidas y, en muchos casos, después de mucho tiempo de estar habitadas por sus propietarios? Ante la respuesta afirmativa seguro que pondría cara de no comprender nada -dada la dificultad que cualquier joven, y algunos no tan jóvenes, tienen para acceder a una vivienda digna-, ya que le resultaría imposible entender que se tirasen muchos cientos de viviendas ya construidas y no se aprovechasen las mismas para darlas un destino social adecuado. Por ello, lógico es que seguidamente plantease: y cuando se tiraban esas casas, ¿quién pagaba el desaguisado? Ah, eso no era problema. Con dinero público, naturalmente.
Ante tanto dinero pagado, tanto desbarajuste, tantas obras realizadas donde no se podía y posteriormente derribadas o retiradas porque afeaban el paisaje, o porque aquí faltaba un papel y ahí un informe, ese hipotético joven seguro que nuevamente plantearía: pues si eso fue así habrá habido muchos políticos y técnicos de unas y otras administraciones imputados y condenados, ¿no? Pues no, prácticamente nadie, le aclararían, ya que todo ello se pagaba con dinero público que, una vez más, le recordarían, no era de nadie.
Ya, alegaría el joven, con buen criterio no exento de lógica ironía, que el dinero público no sería de nadie, pero antes lo tuvisteis que poner vosotros a base de numerosos impuestos, lo que significa que fuisteis vosotros quienes pagasteis tales errores, alegres decisiones y disparates varios.
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