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Lo que el recluso espera del primer permiso carcelario es el paseo sosegado, el pausado andar junto a la mar, si ello es posible. Aunque ... el kilómetro impuesto parece una distancia corta, alcanza para el trayecto entre la Estación Marítima y el monumento a Los Raqueros, por ejemplo. La libertad recuperada después de semanas de encierro forzoso, cumplido con disciplina, incluía el deseo de tranquilidad en la vuelta a la rutina, el regreso a lo de siempre. Todo estaba en su sitio. La bahía seguía allí y el virus mortal parecía algo lejano. Pero no existe la felicidad completa sino parcial, el minuto, la memoria, un instante. El bienestar es fugaz, dura poco. La vida consiste en el ahora, por lo que esta era una de esas escasas ocasiones de contento breve, pero pleno. Hasta que apareció el plasta, el pelmazo inevitable.
Pelmazo no es el aumentativo de pelma sino que pelma es el acortamiento de pelmazo. Entre los plastas hay clases, desde el que te asalta a traición, y la única salida viable y educada es la de escuchar pacientemente y en silencio el discurso, a otras variedades igualmente peligrosas. Una de las más molestas -fue imposible evitar el encuentro, si bien a prudente distancia- es la del individuo al que apenas conoces, y que además de contarte lo que no te importa, te toma por retrasado mental. Su incontinencia verbal la acompaña con apostillas tales como «¿me sigues?», «¿sabes?», «¿me entiendes?», «¿comprendes?», «¿te das cuenta?», «¿estás al tanto?», para rematar con un «no sé si me explico» falsamente modesto, porque lo que realmente quiere decir es que él se expresa claramente y eres tú quien no está a la altura.
No hay mal que cien años dure, y tras continuar la marcha, cerca ya del espigón de Puertochico, recordé a los viejos pescadores machineros con los que tanto trato tuve y ya no están. Falta el señor Manuel, quien bajaba por las tardes desde la calle Santa Lucía «a por la cena» con un cestuco, la merienda y la gusana. Ni Isidro, del Río de la Pila, que lo mismo se manejaba en las imprentas que con el saxofón o el aparejo, y se le podía ver en Filatelia Cantabria comprando sellos usados de Francia. Ni Juan Sánchez, vecino de la zona, especializado en lubinas. Ni el callealtero Pepín Salazar, 'guapo por arrobas', una autodefinición exagerada. Por aquí asomaba también Jesusín 'el Tocapelotas', quien era más de mirar y de hacer honor a su apodo: «¿Qué pasa, chavales, tampoco hoy sale nada?». Eran tiempos de normalidad.
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