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Vaya por delante mi reconocimiento pleno y sin reservas de la sagrada libertad de pensamiento, creencias y opiniones personales como algo inherente a la sustancia humana. La que llamamos de expresión es su lógica consecuencia, pero ya inmersa en los condicionantes de la convivencia social, ... en la que interactúa. Por este motivo resulta una libertad condicionada. Tiene serias repercusiones cuando se ejerce y sus correspondientes responsabilidades.
Es imprescindible que lo expresado por el hombre sea contrastado porque lo contrario dañaría la imagen del aludido. Cuando existe una falsa información lleva a tomar siempre erróneas decisiones que pueden terminar en comportamientos lamentables. Además, a menudo es mediante maniobras interesadas, que ya es el colmo por la injerencia externa que supone.
Cada cual a su manera tiene que gestionar la información recibida, siendo poco común que sea contrastada convenientemente cuando se trata de particulares. Resulta lamentable porque las ideas, una vez atesoradas en la mente humana, resulta muy difícil deshacerse de ellas; dicen que a las ideas propias se las quiere como a hijos. Fijémonos en el caso de las certezas científicas. Para ser consolidadas se requiere una demostración teórica seguida de comprobación experimental. Con la posterior publicación en una revista especializada, es sometida a controversia pública, para que, si procede, sea admitida por la comunidad científica internacional.
Las tan usuales redes sociales, que bien gestionadas podían ser un colosal medio de difusión del conocimiento, son en la actualidad un 'convolutum' con dudosas y a veces malintencionadas informaciones que pueden resultar ciberataques programados creadores de bulos. Suelen ser aportaciones indemostrables y falsas de toda falsedad. Es altamente peligroso y además una asignatura pendiente que pide a gritos un concienzudo reglamento de obligado cumplimiento. Resulta urgente que evitemos que la humanidad sea un mal avenido e inmenso grupo de personas interesadamente mal informadas y seriamente contaminadas por la existencia de unos objetivos programados por los que la quieren dominar.
No todos podemos ser eminentes sabios polifacéticos. Tendremos que apañárnoslas con la información que recibimos, procurando eso sí saber leer entre líneas, complementándola con nuestras percepciones personales. Se trata de saber separar la paja del trigo, localizando esas indeseadas intervenciones siempre interesadas, personales, partidistas, electorales y en algunos casos gubernamentales, por no decir estatales.
Los tan denostados grupos de poder político, económico y empresarial siempre han existido. Han existido, y, por supuesto, van a seguir existiendo. Frente a semejantes mastodontes el ciudadano de a pie poco puede hacer, excepto cuidar meticulosamente la veracidad de la información que consiga atesorar definitivamente. La tan inevitable variedad humana tendremos que soportarla con una buena convivencia sabiendo respetar con la máxima pulcritud los derechos humanos y cada uno tendrá que acomodarse de acuerdo a las reglas democráticas que libremente nos hemos dado.
Son unos auténticos ilusos quienes pretenden tener el cien por cien de la razón porque esta siempre habrá de ser compartida, y también aquellos que por unas zafias demagogias lo único que logran es hacer el ridículo e insultar a la inteligencia ajena. A lo largo de los siglos hemos venido sorteando la controversia materialismo-idealismo que necesariamente terminará decantándose en un moderado dualismo aristotélico considerando siempre que el objeto como efecto causado está subordinado a la idea sustancial.
Los tribunales serán los que tengan que pronunciarse, aunque los jueces, por muy capacitados que estén, son personas y por lo tanto proclives al error. Los compuestos por varios magistrados pueden mejorar la situación, por lo que es imprescindible una correcta elección de sus miembros. Cada uno deberá gestionar su neutralidad profesional. En caso de que podamos anticipar una sentencia por conocer la ideología de los componentes es un fallo que nos hace dudar de la verdadera imparcialidad de la justicia. Si a todas luces se pueden traducir las tendencias de algún magistrado por pura ética, no sé de qué forma, pero este debería ser incapacitado.
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