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Los grandes titulares de los medios de comunicación nos dicen que en 2024 salimos de la crisis de la pandemia de 2020. Una pandemia brutal, que causó millones de muertos y que nos hizo admitir que somos más débiles y vulnerables de lo que pensábamos, ... y con la sensación de que en cualquier momento, en cualquier circunstancia, podemos ser atacados y destruidos, por enemigos no previsto y de carácter global. Una amenaza que habría requerido una respuesta también global, de características universales. Esfuerzos comunes, y criterios compartidos, unidad, en definitiva.
Pero no. No hemos aprendido nada. El mundo está más dividido y con más conflictos internos que nunca en los últimos 80 años. Y la respuesta autocomplaciente es que se acaban de recuperar los indicadores económicos de 2019, por fin, en 2024. Un desastre: nos olvidamos del reto global. Como si las pandemias reconocieran fronteras. Como si ser parte del mundo desarrollado nos permitiera estar a salvo. No se trata de países pobres y países ricos, aunque evidentemente el impacto no es el mismo en Somalia del Sur o en la República Democrática del Congo que en la Quinta Avenida de Manhattan o la calle Serrano de Madrid, por los efectos paliativos de las vacunas y la eficiencia de los sistemas sanitarios. Pero ¡ojo! la amenaza es global, y más allá de paliar sus daños con la vacunación masiva, sus efectos destructores pueden arrasar el mundo global.
Frente a ello, nos regodeamos en jalear los resultados económicos: «se alcanzaron, en esto y aquello, los niveles de 2019», maldita frase.
Contrariamente a la demanda frente a la amenaza global, el mundo se ha lanzado hacia el nacionalismo y el particularismo, alentado por la más rancia ultraderecha: los Orbán, Meloni, Milei, Putin no son nada comparados con el espaldarazo a tal orientación que supone la reelección de Donald Trump. Vamos, a toda velocidad, al 'sálvese quien pueda', con el MAGA (Make America Great Again) como objetivo y estandarte tras el que alinearse.
Lo pagaremos, y duramente. Así nos lo advierte la declaración de más de 70 premios Nobel, científicos, que reaccionan a la designación de Robert Kennedy Jr. como ministro de Sanidad de EE UU. Un negacionista y declarado antivacunas: que se prepare el mundo para una tragedia de dimensiones colosales. El solo anuncio de la posibilidad de ese nombramiento hizo que la cotización bursátil de las dos principales empresas, Pfizer y Moderna, que investigan las vacunas pluripotenciales sufriera un notable descenso. Temblamos ante el futuro. Sobre todo, ese 50% de la población que carece de lo más elemental. Si siempre ha sido una desgracia ser pobre, en el mundo actual las diferencias van a ser formidables. El estigma de la 'maldición de la cuna' nos envolverá como especie. El lugar y el modo de nacimiento serán decisivos.
En España tampoco nos libramos de esa sensación de fracaso. Las relaciones entre los partidos políticos y entre las instituciones están cada vez más deterioradas. Y no sólo aquí. Fíjense en los avatares de la exmodélica Corea del Sur o de nuestra vecina Francia, el país democrático por autonomasia. Aquí ha llegado a celebrarse en el Senado, con el apoyo explícito del PP, una jornada protagonizada por Hazte oír y Jaime Mayor Oreja como portavoz de la ignorancia más alarmante, que en otro contexto más unitario habría sido impensable. El 'facherío' se pasea por el mundo dando lecciones sobre el aborto, el creacionismo y todo tipo de teorías anticientíficas... Hoy tiene avalistas poderosos, que pueden conseguir que la ignorancia, la suya, sea tratada con respeto. Porque, en el fondo, es lo que resulta más irritante: elevar la ignorancia a categoría científica, dar por válida y contrastable cualquier estupidez.
Todo esto tiene un correlato en el mundo de la política, que va exactamente en el sentido inverso al que necesitamos. Un Gobierno sometido al constante chantaje de Junts, que con solo siete escaños lleva de cabeza al Ejecutivo de Pedro Sánchez. ¿Hasta cuándo? Ahí está la clave de un Gobierno que necesita negociar hasta el extremo cada una de sus medidas, con un Junts que pesa mucho menos en Cataluña que en España en su conjunto. Allí, Salvador Illa está consiguiendo, con su pacto con ERC, una estabilidad que ya la quisiéramos para todo el país.
2024 fue un mal año, con muy pocos indicios de cambio en la política.
Un mal año, complicado. La Humanidad carece de dirigentes internacionales como los que hubo tras la II Guerra Mundial. Así nos va. La salida de la pandemia de 2020 está siendo un fracaso estrepitoso.
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