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Si Kant hubiese conocido al filósofo del Derecho Elías Díaz, recientemente fallecido, quizá habría cambiado su parecer sobre los juristas, a quienes consideraba meros custodios de los códigos vigentes. En realidad, este notable ius-filósofo ejerció el papel que adjudica 'El conflicto de las facultades' ... a la filosofía, situada en el ala izquierda del parlamento universitario para ejercer una crítica constructiva de la política y orientar a quienes ejercen el poder, según remacha el 'Artículo secreto' de 'Hacia la paz perpetua'.
El diáfano compromiso político de Elías Díaz tiene desde siempre un marcado acento académico y por eso bajo el franquismo cofunda 'Cuadernos para el diálogo' y dirige la revista 'Sistema'. Para Díaz es inviable concebir el Estado de Derecho sin que sirva para preservar los derechos humanos, como ha intentado hacer la socialdemocracia. Los Estados que conculcan o ignoran esos valores fundamentales no son tales.
Cuando Elías Díaz dicta las X Conferencias Aranguren publicadas en 2002 por la revista 'Isegoria', con el título de 'Razón de Estado y razones de Estado', nos advierte del peligro que conlleva el poder omnímodo e incontrolado de una economía capitalista indiferente a la cohesión social, donde como diría Rousseau los opulentos pueden comprar a quienes padecen la indigencia. Por eso reivindica en esa conferencia la ética de los valores ilustrados, es decir, de una libertad que no prospere con las desigualdades y una solidaridad que rescate a los menos afortunados.
Tal como señala Tocqueville, la democracia solo perdura cuando su ciudadanía identifica los intereses particulares con el general, y no a la inversa. Lo contrario da lugar a un paternalismo que pretende velar por nuestra felicidad imponiendo despóticamente sus criterios. Entonces cada cual, apartado de los demás, vive ajeno al destino de los otros y no existe sino para sí mismo. «Por encima se alza un inmenso poder tutelar que se ocupa exclusivamente de que sean felices, con la meta de fijarlos en la infancia y librarles por entero del trabajo de pensar» ('La democracia en América 2'). Suena muy actual.
A buen seguro, Elías Díaz no reconocería como Estado de Derecho un sistema presuntamente democrático que se caracterice por su 'despotismo contrailustrado' y el absoluto desprecio a los derechos humanos. Esto lo ejemplifica ese (des)gobierno de Trump sustentado en el imperio del tecnofeudalismo y la manipulación, que presume de saltarse a la torera los tratados internacionales y se permite anunciar una suerte de protectorado estadounidense sobre Gaza para promover el turismo en la zona, una vez que desplace forzosamente a su población actual y se haga con ello acreedor del Premio Nobel de la Paz.
Felipe González Vicén planteó un interesante debate sobre la obligación moral de obedecer al derecho, asegurando que solo había un fundamento ético para desobedecerlo. Elías Díaz reconoce sin paliativos lo segundo, pero entiende que también cabe una obediencia ética del derecho, siempre que las normas jurídicas concuerden con lo exigido por la ética y sean justas, porque le preocupa que la desobediencia pueda tener un signo golpista- reaccionario, por mucho que se asocie con una posición ácrata-progresista. Le gusta pensar que la soberanía popular y la regla de las mayorías entrañan un compromiso ético supraindividual e intersubjetivo.
Es cierto que la objeción de conciencia puede ser instrumentalizada para imponer socialmente un criterio muy particular, pero eso no anula su potencial ético para no secundar cuanto se considere injusto, según enfatiza Javier Muguerza en su 'alternativa del disenso' al conversar con Ernesto Garzón Valdés sobre la fundamentación ética de los derechos humanos. Elías Díaz viene a suscribir tácitamente una simbiosis muy kantiana entre política y ética que transfiere a lo jurídico, pero la ley del más fuerte demanda sin embargo una desobediencia ética por altos que sean sus costes.
Como señala Eusebio Fernández en 'Kant después de Kant', la obligación moral de obedecer al Derecho justo y a las disposiciones jurídicas justas tiene un carácter derivado del deber ético de ser justos, mientras que la desobediencia puede tener un fundamento ético primordial cuando esté debidamente justificada. Adolf Eichmann optó por la obediencia debida y eso le hizo responsable de sus actos, pese a sus intentos por culpar a la cadena de mando. Cuando el Derecho se identificaba con la despótica palabra del 'führer' de turno lo único moralmente sensato es desobedecer para no devenir cómplice y responsable de uno u otro desaguisado.
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