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Había dado en comparar las cuitas de Sánchez con el famoso monólogo de 'Hamlet', aunque dimitir o dejar de hacerlo no era la verdadera cuestión, tal como el presidente dijo al comunicar su permanencia. Sin embargo, hay otro título de Shakespeare que quizá fuese más ... apropiado para describir mi perplejidad en este trance: 'Mucho ruido y pocas nueces'. Paradójicamente, me siento aliviado al mismo tiempo que confuso. ¿Para este viaje se necesitaban unas alforjas que suscitaran tamaña expectación? Falta saber qué significa lo del «punto y aparte». No habría estado de más dar alguna pista que concretara el horizonte del presunto nuevo ciclo político.
Me creo a pie juntillas que la carta del presidente no respondiese a ningún cálculo político y fuese dictada por el sentimiento. Sin embargo, contentarse con el apoyo de tu partido parece insuficiente para inclinar la balanza. De poco servirá ese respaldo en un tablero con una geometría extremadamente compleja y variable. Hay que poner coto a los desmanes regularizados como si fueran la cosa más natural del mundo y eso requiere de muchas complicidades más o menos estables. El problema transciende nuestras fronteras y sería conveniente involucrar a la Unión Europea en ese combate contra los bulos, para que los hechos alternativos no se impongan sobre la realidad.
No puede seguir pendiente la renovación del Consejo General del Poder Judicial, ni tampoco que cualquier medio de comunicación pase por tener un mínimo pedigrí periodístico basado en una deontología profesional presidida por la responsabilidad. Hace falta un código ético en toda la esfera pública y expulsar de sus funciones a quienes no lo cumplan cabalmente. Así lo exigen las reglas del juego democrático y el respeto que precisa una convivencia pacífica. Necesitamos de un arbitraje neutral, atento a que no se hagan trampas incumpliendo las reglas. La metáfora del fútbol puede valer. Primero habría tarjetas amarillas y luego rojas. Durante un tiempo se abandonaría el campo de juego.
Las Cámaras deben llegar a mantener un tono sosegado de mínima cortesía en sus debates, por muy contundentes que sean las críticas de los discursos. Deberían reflejar una sociedad en la que afortunadamente no se viven esos niveles de absurda crispación. Las mentiras y las patrañas no deberían verse recompensadas con aplausos circenses, por mucho que las profieran tus líderes ocasionales. E igualmente las corruptelas propias deben ser perseguidas con igual o mayor contundencia que las ajenas. Los objetivos están muy claros, pero hay que averiguar cómo poner tantos cascabeles a todos esos gatos (o gatas). ¿Quién podría oficiar de arbitro colegiado?
Aunque quizá sea por deformación profesional, a mi juicio se requiere una instancia ética que ponga bridas a tanta falta de moralidad, algo así como un 'consejo de Estado para una ética pública', integrado por expertos en la materia, cuyos dictámenes resulten incluso vinculantes cuando denuncien obvias transgresiones morales, aunque no tengan sanciones punitivas. Poniendo las luces de larga distancia y mirando a medio plazo, habría que reivindicar a la ética como algo transversal en todo el proceso educativo, desde las etapas más tempranas hasta el ámbito universitario. Pero no debería verse como una materia de segunda división, porque la filosofía moral es justamente lo que puede configurarnos para ser ciudadanos más participativos y menos manipulables.
El sistema educativo no debe aspirar a entrenar a emprendedores que solo sepan optimizar cuentas de resultados. La educación pública debe formar a personas, estimulando sus capacidades para poder adquirir toda suerte de competencias que permitan conjugar la vida profesional con el ámbito privado. No necesitamos robots que apliquen sin más unos algoritmos en aras de una despiadada eficiencia. Requerimos contar con ciudadanos empáticos y conscientes de que sus libertades colindan con las ajenas.
Es hora de acabar con ciertos tabús políticos. Pagar impuestos con arreglo al patrimonio no es cosa de la izquierda política, sino la condición que posibilita poder gestionar prestaciones y servicios públicos. Que ciertas intermediaciones obtengan pingües beneficios a costa del erario es una canallada sin color político. La ética tiene mucho que decir en cuestiones tan elementales para nuestro marco de convivencia democrático-liberal.
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