El roscón del Tenis

Para las seis en punto de la tarde, se anuncia en sus espléndidos salones un té-baile. Elegantísima sesión amenizada por una orquesta, con enternecedora música de salón. Sesión de té y galletas ideal para ir a tomar tan elegante merienda y a danzar con una mano en alto, muy estirada, y la otra en el pecho, muy recogida, en el mejor ambiente social imaginable, con el añadido del clásico roscón de Reyes del Tenis conteniendo veintiuna monedas de oro.

-¿Del oro que cagó el moro?

-¿O de plata de la que cagó la gata?

¡Qué mala es la envidia! Así ironizaban, destornillándose de risa, las sardineras de Puertochico. Y los menestrales venidos a menos, sin acceso a tan fastuoso acontecimiento por falta de posibles o por no ser socios de tan exclusivo club. Un reducto sociocultural y deportivo sólo apto para individuos ricos de toda la vida, cuya presidencia de honor la ostentaba el rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia (antes de convertirse en plaza él y en avenida ella).

Sin importar el tamaño de las monedas, tan impactante anuncio, un roscón de Reyes, con veintiuna monedas de oro macizo, tendría hoy tal repercusión nacional que a quien promocionara bien la oferta le lloverían los pedidos por internet. Y nada tendría de extraño que de todas partes (que ancha es Castilla) vinieran a buscar roscones a la ciudad, incrementando el turismo. Siempre y cuando, claro está, que el dulce con premio áureo se garantizara ante notario y se anunciara a conciencia.