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La situación política de los países occidentales está hecha unos zorros y los países orientales, cuya frontera con Occidente ha dejado de ser los Urales para pasar a ser el este de Ucrania, se preparan para sacar el mayor partido posible. Por su parte Latinoamérica, ... cuya frontera con Norteamérica vuelve a estar en Río Grande, parece prepararse a hacer lo propio en el continente americano dada la crisis institucional que experimenta Estados Unidos. Estaríamos hablando del enfrentamiento entre los 1.500 millones de occidentales y los 6.500 millones del resto del mundo, la división del mundo en dos bloques. Algo que estaría ocurriendo ante nuestros ojos desde el final de las Guerras Mundiales: I Guerra Fría e independencia de las colonias. Pero no queremos dar crédito a lo que no vemos.
Aunque ahora no resulte evidente, la posible división de Occidente entre América y Europa es algo que orientales y latinoamericanos están sopesando. Si esto llegara a ocurrir estaríamos ante la mayor crisis de Occidente en los últimos 100 años, sería la confirmación definitiva de su decadencia. Pues bien, la cosa es que los países occidentales donde está establecida la democracia liberal, cuando más falta hace una cierta unidad de acción, los partidos políticos han optado por romper la baraja del juego democrático y campea el sectarismo: guerras civiles frías que han dejado de estar encubiertas. Sí a esto sumamos la II Guerra Fría entre Occidente y Oriente tenemos el panorama completo.
Como sugerí hace poco más de un mes -'La tiranía de Xi' (21-11-22)- el mundo se encuentra ante el enfrentamiento de dos formas de poder: tiranía versus democracia liberal. El problema es que los amantes de la tiranía se sitúan a ambos lados del espectro: Putin, Xi, Dutarte (Filipinas), Modi (India), Jomenei (Irán), Salman (Arabia Saudita), Netanyahu, Erdogan, Victor Orban, Boris Johnson, Trump, Lopez-Obrador, Bolsonaro, y otros menos conocidos o por conocer. No pierdo la esperanza de que la democracia acabe imponiéndose pero los síntomas de su enfermedad, las susodichas guerras civiles, son de lo más inquietantes.
Para ilustrar dichas guerras nada mejor que enfocarse en la que hoy enfrenta a PP y PSOE, terreno que a todos nos resulta familiar. Sin olvidar que, en distintos grados, se están produciendo guerras similares en el interior de las más significativas democracias occidentales, según he citado más arriba.
Va Feijóo y le pregunta a Sánchez si está empeñado en reformar el código penal respecto a la sedición y la malversación de fondos, a lo que este responde que sí. La reforma de Leyes orgánicas debe hacerse de forma consensuada, dice Feijóo. Es imposible consensuar esta reforma con ustedes así que lo haremos de todos modos, responde aquel. «¡Pero esto es la guerra!», exclama Feijóo.
Entonces va Sánchez y le pregunta a Feijóo si está empeñado en demorar la renovación del Consejo del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional mientras él gobierne en España, incluso si dentro de un año vuelve a ganar las presidenciales; a lo que Feijóo responde que sí, puesto que desconfía de él absolutamente. «¡Pero esto es la guerra!», exclama Sánchez. (La noticia de última hora es que se ha desbloqueado la renovación del Constitucional... pero la guerra sigue).
«¡Pero esto es una ruptura del proceso democrático!», exclamo yo, un sin vivir en un permanente 'estado de excepción política', donde los tres poderes exceden sus funciones invadiendo el terreno de los otros dos sin contemplaciones: el ejecutivo le dicta al legislativo lo que tiene que legislar; el legislativo le dicta al judicial lo que tiene que sentenciar; el judicial actúa en función de lo que exigen quienes les han puesto en el cargo. Se pasan por la entrepierna la separación de poderes cuando les conviene y denuncian la transgresión del oponente cuando este perjudica sus intereses... de parte.
Todas las democracias son 'defectivas' en algún grado, es la gravedad del defecto, la distancia entre teoría y práctica en cada situación concreta, la que verdaderamente interesa para diagnosticar el estado de salud del paciente. En el caso que nos ocupa el paciente está en la UCI. Mientras tanto el país y el mundo atraviesan simultáneamente las tres crisis más graves que hayamos vivido: una pandemia que ahí sigue sin que sepamos cuánto tiempo más durarán sus efectos; una guerra en Ucrania, pistoletazo de salida de la II Guerra Fría; una crisis económica, consecuencia de las dos anteriores.
Si en estas circunstancias no sentimos la necesidad de recauchutar el sistema, y no nos sentamos a hacerlo de forma consensuada, no les quede la menor duda de que otros lo harán por nosotros y el resultado no va a gustarnos. La culpa, entonces, se la echaremos al chivo de turno; pero en nuestro fuero interno sabremos que el fracaso ha sido cosa de todos.
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