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(Recomendación sonora para acompañar la lectura: 'That's life', de Frank Sinatra.)
Dijo Bécquer que «mientras haya en el mundo primavera, habrá poesía». Y en estos tiempos donde el planeta parece estar a la deriva necesitamos de ella. Si hay una estación que nos ... revuelve especialmente las tripas –y la cabeza– es la primavera. Ya saben, la archiconocida «la primavera la sangre altera». Los expertos en bienestar recalcan que debemos sacarle el jugo a lo mejor de cada estación. Yo me aplico, pero abril se me atraganta. Antes de que florecieran las prímulas ya andaba yo contando las noches –y los días– que faltaban para la primavera, ajeno a que el cuarto mes del año, ese que acaba de finalizar, me suele resultar resbaladizo. Ansiaba sacudirme el invierno; tener más horas de luz; la predisposición al jolgorio callejero; que el sol barnizara mi piel; que llegaran nuevas canciones…
El calendario estacional va ligado –irremediablemente– a nuestro calendario emocional. De eso, como de la parca, no se escapa nadie. Tal vez sea que es el cambio de estación más bestia de todos, o que la tendencia a la luz saca a relucir viejas sombras.
Hace unos cuantos años le compuse una canción –desesperada– a abril en la que el mes –y puede que yo también– no salía precisamente bien parado. La mayoría de los acontecimientos desagradables que se dieron en el seno de mi familia ocurrieron en la cuarta hoja del calendario. No se trata de sacar a relucir aquí las miserias personales, ni de regocijarse en ellas. Todo clan tiene episodios de dicha. Y de lo contrario. Es la vida. Pero este año, de nuevo, abril volvió a arrancarnos a un ser especial. Una nueva 'x' en nuestro calendario emocional con la que tropezaremos cada vez que estrenemos futuras primaveras. Como es imposible evitar las pérdidas, el esfuerzo ha de volcarse en convivir con ellas. Como casi toda teoría, suena fácil. La práctica es harina de otro costal.
En 'That's life' cantaba Sinatra: «Así es la vida, lo dice toda la gente. Vuelas alto en abril, caes derribado en mayo. Pero sé que cambiaré esa melodía cuando regrese a la cima en junio». Palabra de Frank, amén. Y sin tilde.
A la memoria de Lola
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